«De todos los que a lo largo de la historia han hablado de la dignidad humana en tiempos de gran sufrimiento y pérdida, ninguno es más contundente que Ana Frank». La frase, que pertenece al ex presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy, sintetiza a la perfección lo que significó la joven judía, cuya vida se apagó los primeros días de marzo de 1945 en el campo de concentración de Bergen Belsen, cuando todavía no había cumplido los 16 años. Su nombre completo era Annelies Marie Frank Hollander y su diario, publicado en forma de libro por su padre, Otto Frank, dos años después del fin de la guerra, la hizo mundialmente conocida, convirtiéndose en símbolo de vida, de la vitalidad de un alma inocente, llena de esperanzas, en medio de un presente negro y un futuro incierto.
Estatua de Ana Frank en la ciudad de Ámsterdam
Persecución y exilio
Ana nació el 12 de junio de 1929 en la ciudad alemana de Fráncfort del Meno, donde la familia Frank vivía desde hacía varias generaciones. Su madre se llamaba Edith Hollander y su hermana, tres años mayor, Margot. Otto Frank había peleado como Teniente para el Ejército Alemán en la Primera Guerra Mundial y paradójicamente el Tercer Reich lo persiguió -por ser judío- y lo obligó a emigrar a Holanda y después a vivir clandestino, junto a su familia, cuando los Países Bajos cayeron bajo la bota nazi y la persecución racial se transformó en exterminio.
El exilio holandés de los Frank se inició antes de la guerra. Lograron instalarse en Ámsterdam, donde tuvieron un tiempo de tranquilidad. El matrimonio Frank montó una empresa en Merwedeplein, mientras que Ana y Margot concurrían a la escuela. Sin embargo, la creciente belicosidad de Adolf Hitler y sus planes expansionistas no dejaban de preocupar a los Frank, que pensaron en emigrar a los Estados Unidos o a Inglaterra. Pero esos proyectos no prosperaron y siguieron viviendo en Holanda.
En mayo de 1940 la Wehrmacht invadió los Países Bajos y el fantasma que había quedado atrás volvió a asolar a la familia de Ana. Rápidamente el gobierno de ocupación endureció las medidas antisemitas, Otto perdió su fábrica y las nenas tuvieron que dejar la escuela por una exclusiva para judíos. Luego de dos años duros, el 5 de julio de 1942 llegó un «ultimátum» que los obligó a esconderse para evitar lo peor. Margot recibió una orden para ser trasladada a un campo de trabajo. Sabiendo lo que eso significaba, cuatro días después la familia se ocultó en el Achterhuis (anexo o casa de atrás), según la propia Ana bautizó al lugar en su diario. El escondite estaba oculto en la parte posterior de un viejo caserón, lindero a lo que había sido el almacén de los Frank. Poco después, se les unió otro matrimonio, Hermann y Auguste van Pels, con su hijo Peter, y un amigo de la familia, el dentista Fritz Pfeffer. Todos eran judíos y de origen alemán. Hermann Pels había sido empleado de los Frank. Otros trabajadores de Frank, Johannes Kleiman y Víctor Kugler, fueron los encargados de suministrar alimentos, dar noticias del exterior y velar por la seguridad de todos los escondidos.
La casa donde Ana y su familia permanecieron ocultos más de dos años, en Ámsterdam
Delación, caída y muerte
Cuando habían pasado más de dos años, alguien que los historiadores aún no pudieron identificar avisó a los nazis sobre la existencia del escondite. Así fue que el 4 de agosto de 1944 el oficial de las SS Josef Silberbauer, junto a cuatro policías, irrumpió en el Achterhuis. Los Frank no fueron las únicas víctimas de delación en la Ámsterdam ocupada. Se calcula que otras 5 mil familias judías que se habían logrado ocultar en la ciudad fueron denunciadas a la Gestapo.
A partir de ese día comenzó el calvario. Los ocho fueron enviados a un campo de tránsito, Westerbork, y de allí al trístemente célebre Auschwitz (Polonia), desde donde a su vez fueron trasladados a diferentes lager del entramado concentracionario nazi. En octubre, Ana y Margot Frank y Auguste van Pels fueron seleccionadas para asignarles un nuevo destino: Bergen Belsen, en Baja Sajonia. Pero Edith Frank no tuvo el visto bueno del médico nazi y permaneció en Auschwitz, donde fue asesinada en las cámaras de gas en enero de 1945.
Los trabajos forzados, las malas condiciones de vida, la escasa comida y el hacinamiento hicieron mella en Ana y Margot, quienes, pese a esto, sobrevivieron unos meses, hasta que una epidemia de tifus, que hizo estragos en Bergen Belsen, terminó con sus jóvenes vidas. Era marzo de 1945. Primero murió Margot, el día 9, y poco después Ana, aunque no hay precisiones sobre el día exacto de su deceso. Por poco no pudieron ver la liberación del campo, a manos de tropas británicas que avanzaban en pleno corazón de un Reich que se caía a pedazos. Actualmente una lápida colocada en Bergen Belsen recuerda a Ana y Margot. Las chicas fallecieron pensando que su padre también había muerto, pero Otto logró sobrevivir a la guerra.
Lápida en Bergen Belsen que recuerda a Ana y a su hermana Margot
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El diario y su legado
Poco antes de ocultarse en el Achterhuis, el 12 de junio de 1942 Ana recibió un regalo de sus padres por su cumpleaños número 13. Era un libro forrado, con cuadros rojos y negros y con una cerradura en la parte delantera. Ana lo bautizó «Kitty» -por una compañera de la escuela que se llamaba Kathe Zgyedie- y lo empezó a utilizar como diario íntimo. A «Kitty» le describió las peripecias que vivió junto a su familia durante los más de dos años que estuvieron escondidos en el viejo edificio de Prinsengracht, hasta que cayeron en manos de los nazis.
En el diario, que resultó de gran apoyo para Ana, escribió cuentos cortos y citó a conocidos escritores en un apartado que llamó «libro de frases bonitas». A través de sus palabras, puede notarse su miedo a vivir escondida, sus sentimientos hacia Peter, su vocación de escritora y algunos conflictos con sus padres.
Parte del diario original, exhibido en Holanda
(9 de octubre de 1942) «Hoy no tengo que anunciarte más que noticias deprimentes. Muchos de nuestros amigos judíos son poco a poco embarcados por la Gestapo, que no anda con contemplaciones; son transportados en furgones de ganado a Westerbork, al gran campo para judíos, en Dentre. Westerbork debe ser una pesadilla; cientos y cientos están obligados a lavarse en un solo cuarto, y faltan los W.C. Duermen los unos encima de los otros, amontonados en cualquier rincón. Hombres, mujeres y niños duermen juntos. De las costumbres no hablemos: muchas de las mujeres y muchachas están encintas. Imposible huir. La mayoría está marcada por el cráneo afeitado, y otros, además, por su tipo judío» (Fragmento de un pasaje del Diario de Ana)
Miep Gies y Bep Voskuijl, otras dos personas que habían ayudado a los Frank durante su ocultamiento, rescataron el diario tras la deportación y se lo devolvieron a Otto, el único de los ocho que escapó con vida del horror nazi. El padre de Ana se sorprendió al leer lo que había escrito su hija, que entre otras cosas, dio cuenta de que su sueño era ser escritora o periodista. Así fue que el 25 de junio de 1947 Otto decidió editarlo bajo el título «La casa de atrás», con una tirada de 3 mil ejemplares. Más tarde, y ya rebautizado «El Diario de Ana Frank», el libro fue un éxito mundial y se tradujo a 50 idiomas. Se filmaron ocho películas y varios documentales. Incluso, actualmente está en rodaje el primer film realizado por una productora alemana.
Parte de los escritos originales son exhibidos en la Casa de Ana Frank, en Ámsterdam, y otro tanto están bajo custodia del Archivo Documental de la Guerra, en la misma ciudad. En 1957 Otto creo la Fundación Ana Frank y tres años más tarde la Casa de Ana Frank abrió sus puertas como museo para los visitantes de todo el mundo. Cada año pasan por allí medio millón de personas para conocer la historia de la joven que se convirtió en un símbolo de la lucha del espíritu humano contra la barbarie. Su legado fue una obra impresionante, un canto a la sensibilidad y la vida, testimonio de una joven de apenas 15 años en medio de un mundo devastado por la guerra y la persecución racial.
La Historia de Miep Gies
Miep Gies fue la mujer que encontró el diario de Ana Frank en el escondite donde se había ocultado la familia de la joven y se ocupó de que no cayese en manos nazis. En 1942 Miep trabajaba de secretaria para Otto Frank, padre de Ana, cuando este le confió un secreto, habían decidido esconderse para escapar de la persecución a la que los nazis estaban sometiendo a los judíos. «Otto Frank, mi jefe, me pidió que pasara por su despacho. Cuando entré, me dijo: «Siéntate. Tengo algo muy importante que decirte. Una especie de secreto en realidad. Hemos pensado en ocultarnos, aquí, en este edificio. ¿Estarías dispuesta a ayudarnos, a proveernos de víveres?» Yo le contesté que sí, naturalmente», contaba la propia Gies en una entrevista publicada en la página web de la Casa de Ana Frank.
Miep y su esposo Jan, junto con Johannes Kleiman, Victor Kugler y Bep y Johan Voskuijl, ayudaron a los ocho judíos escondidos en la parte trasera del número 263 del Prinsengracht de Ámsterdam. Después de que los nazis descubriesen el refugio y arrestasen a la familia Frank y a los demás fugitivos, Miep Gies se encargó de recoger y proteger de los alemanes los papeles donde Ana Frank había estado relatando los dos años que permaneció oculta. En 1945 decidió entregárselo al padre, Otto, él único miembro de la familia que regresó de los campos de concentración. Ana Frank murió de tifus el 12 de marzo de 1945 en el campo de Bergen-Belsen.
Poco dada a la alabanza, la última superviviente del grupo de personas que escondió a los Frank, siempre recordó que los verdaderos héroes eran gentes como su propio marido, resistente en la Holanda invadida. A la vuelta de la guerra, la pareja acogió durante varios años en su casa a Otto Frank, que tomó la decisión de publicar el diario de su hija en 1947. Desde la publicación de la obra, Gies viajó por todo el mundo para narrar sus experiencias durante el holocausto y criticar la persecución de los judíos por parte del régimen nazi, lo que le valió numerosos reconocimientos públicos a lo largo de su vida.
El delator que el 4 de agosto de 1944 se comunicó telefónicamente con la oficina de la Gestapo de Amsterdam
La cifra equivale a 250 euros; era un ladrón que trataba con Otto Frank, su padre Son datos de una investigación realizada por una historiadora británica. El gobierno no lo confirma, pero admite que sus sospechas apuntan en esa dirección. Los estudiosos holandeses han dado casi por terminada su investigación. Antes de fin de mes será publicada la verdad oficial sobre los últimos días de Anna Frank y, por lo tanto, sobre el delator que el 4 de agosto de 1944 se comunicó telefónicamente con la oficina de la Gestapo de Amsterdam para denunciar la presencia de algunos judíos en el número 263 de la calle Prinsengracht: ocho personas hacinadas, durante dos años, en los depósitos de la empresa Gies & Co.
Por causa de esa llamada telefónica, Anna murió de tifus, a los 15 años, en el campo de concentración de Bergen-Belsen, en la primavera boreal de 1945. Su Diario es el libro más leído en el mundo después de la Biblia, y millares de personas llegan todavía de todos los países para visitar su prisión y rendir homenaje a Anna, el símbolo del Holocausto. Pero aún falta el nombre de la persona que la delató. Yatasto Noticias. La investigación se reabrió en julio pasado. En 1986, el Instituto Holandés para la Documentación sobre la Guerra (NIOD) había publicado una edición crítica del Diario de Anna Frank, con un capítulo preliminar dedicado a la delación de la familia Frank: la conclusión era que no había sido posible identificar al autor de la denuncia a los nazis.
El verano pasado, Carol Anne Lee, una historiadora británica, desafió la reconstrucción oficial con el libro «La vida secreta de Otto Frank», en el cual se formula una hipótesis precisa: el culpable sería Tonny Ahlers, un ladrón de 26 años, holandés, simpatizante de los nazis, que trabajaba con el padre de Anna, Otto Frank, y que decidió ganarse la recompensa ofrecida por los alemanes a quien contribuyese a la captura de fugitivos. Según la investigadora, Ahlers habría encomendado a su amigo Marteen Kuiper, que vivía de vender judíos a la Gestapo, para que efectuara la denuncia telefónica. El premio era de 40 florines por cada persona delatada, unos 250 euros.