El humo tóxico del incendio en el boliche Cromañon mató a 193 personas, en su mayoría jóvenes. Habían concurrido a despedir el año y a escuchar a la banda de rock «Callejeros». El desastre puso en evidencia un perverso sistema de pequeñas corrupciones pero nadie se hace responsable.
Fue el mayor desastre de la historia contemporánea argentina. Como en toda catástrofe que pone a prueba la condición humana, Cromañón reveló lo mejor y lo peor de esa condición. Lo mejor estuvo ceñido al heroísmo con el que algunos actuaron aquella noche fatal que parece ya tan lejana en el tiempo. Lo peor pervive todavía en las fintas que los involucrados hacen e hicieron para eludir el accionar de la Justicia y para evitar el más leve cargo moral por la tragedia. Algo terrible ha sucedido que a todos indigna pero de lo que nadie quiere hacerse cargo, sólo el olvido. La ecuación no es aplicable únicamente a Cromañón sino a otras muchas catástrofes argentinas, sociales y políticas.
La noche del 30 de diciembre de 2004, en un local mezcla de boliche bailable y microestadio, con capacidad para 1031 personas, cerca de 4 mil jóvenes se reunieron para despedir el año y escuchar a «Callejeros», un grupo de rock que impulsaba el uso de pirotecnia por parte de sus fans. Un incendio desatado por uno o varios elementos pirotécnicos disparados por los espectadores, consumió buena parte del techo del local. Y el humo tóxico que se desprendió mató a 193 personas, en su mayoría jóvenes, que quedaron atrapados en la trampa mortal de una puerta señalada como de emergencia, que estaba sellada con un candado y fijada con alambres.
Tres condiciones favorecieron el desastre:
El desinterés, la ambición y la indolencia de quien regenteaba el local, el empresario Omar Chabán, un personaje cuanto menos curioso de la noche porteña, y de los miembros de «Callejeros», escudados todos en esa certeza siempre malograda que asegura que nada malo nos puede suceder. «¿Se van a portar bien?» preguntó con candorosa ingenuidad el líder del grupo, luego de que el empresario aclarara al público que una chispa podía provocar la tragedia que luego se produjo.
La imprudencia, la temeridad y la insensatez del público o de buena parte de él, que dispararon fuegos de artificio directamente al techo del local en unos casos, hacia el escenario en otros, escudados todos en el improbable argumento de que la pirotecnia forma parte de un «ritual» del rock. Yatasto Noticias.
La falta de control por parte del Gobierno de la Ciudad de los locales bailables en general, pese a las reiteradas advertencias de que podía producirse un desastre en esos boliches en caso de un incendio, y de Cromañón en particular, que tenía su certificado de bomberos vencido y funcionaba como si estuviese habilitado.
Cromañón era una bomba de tiempo y con la mecha encendida. Y como lo escribió la jueza María Angélica Crotto en el fallo en el que dictó la prisión preventiva de Chabán, «() Ante un siniestro tal como sucedió esa noche en República Cromañón, la suerte del público dentro del local estaba marcada».
La Justicai en 2005 procesó por homicidio simple a Chabán y a su mano derecha a quien se sindicó como encargado de la seguridad del boliche, Raúl Villarreal; por homicidio culposo agravado al manager y al jefe de seguridad de «Callejeros», Diego Argañaraz y Lorenzo Bussi; a todos los miembros del grupo musical, Patricio Santos Fontanet, Christian Torrejón Elio Delgado, Maximiliano Djerfy, Eduardo Vázquez y Juan Carbone, incluIdo el escenógrafo Daniel Cardell. Lo mismo y por iguales cargos hizo con los ex funcionarios del Gobierno de la Ciudad Fabiana Fiszbin, ex subsecretaria de Control Comunal y sus subordinados Ana María Fernández, Alfredo Ucar, Juan Torres y Rodrigo Cozzani. Por omisión de los deberes de oficio procesó a Víctor Telias. Por recibir coimas del empresario, a los jefes policiales de la seccional 7ma, Miguel Angel Belay, Gabriel Sevald y Carlos Dïaz, y a dos agentes, Oscar Sosa y Cristian Villegas por incumplir sus deberes la noche del desastre.
La tragedia reveló una gigantesca trama que en Cromañón abarca a quienes vendieron y compraron entradas en la reventa lo que ayudó a desbordar la capacidad del local, hasta quienes permitieron el ingreso de pirotecnia al boliche y no revisaron a los invitados VIP. Esas «pequeñas corrupciones» se agigantaron y englobaron al empresario, a la banda, a parte de la Policía Federal, a los funcionarios del gobierno porteño y a sus máximas autoridades: una comisión investigadora de la Legislatura pidió un juicio político al jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra.
Todas esas conductas no podían sino suscitar el patético desbande que provocó el accionar de la Justicia. Los espectadores, todos víctimas, se sienten intocables, cuando no reconocen el disparate de lanzar pirotecnia en lugares cerrados. «Callejeros» también se sintió víctimizado: perdieron a familiares y el dolor que los invade les impide analizar la parte de responsabilidad que, por imprudencia en el mejor de los casos, les corresponde.
Chabán apeló a «Dios, a una maldición, a un aciago destino, a una extraña conjunción cósmica» para eludir los cargos, o imaginó un atentado terrorista llevado a cabo por tres personas, nadie sabe por qué. El Gobierno porteño se escudó en la vigencia de leyes obsoletas, de normas dictadas «para que no se puedan cumplir», como admitió el propio Ibarra en enero, en una estructura legal que, todos saben, favorece la corrupción y tienta a la tragedia, pero que nadie cambia. Esa es la otra gran tragedia de Cromañón. Quién sabe cuándo cambiará. La verdadera tragedia yace en ciento noventa y tres cuerpos sepultos, muchos de los cuales no habían conocido siquiera el amor o apenas se asomaban a él. Esa herida es aún un desgarrón que sangra.
Quién sabe cuándo cerrará.
(Fuente: Alberto Amato. Clarín)