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La última gambeta de Ortega

Ortega y su familia. Yatasto

Ortega y su familia. Yatasto

«No está lloviendo… es el llanto de los hinchas. Ariel Eterno. Un sentimiento no traten de entenderlo», Nico y Rocío le pusieron firma a una bandera que mostraba al «Burrito» en medio de un diluvio, con el ceño fruncido, ojos compungidos, la banda impregnada en su cuerpo y el escudo de River Plate tatuado para siempre en el corazón. Ariel es Ortega.
El último ídolo surgido del Gallinero que pasó a la inmortalidad. El mismo de la gambeta adolescente, de la gambeta del potero, talento y gran genio. También el de las recaídas por adicción al alcohol. El hombre al que los hinchas millonarios todo perdonan.
Su boca llena de gol, banderas y pósters con su imagen se agotaban en las calles aledañas al estadio. Nadie quería perderse el recuerdo.
La idea era regresar al hogar con una imagen del ídolo para guardar o colgar en la habitación. Los pequeños convencían a sus padres, y los vendedores engrosaban sus bolsillos. Los menos sensibles se dirigían hacia los puestos de comida. Todos esperaban que el reloj marcase la hora exacta para ver la última función del «10».
«Ariel Ortega nunca te vamos a olvidar», juraron 60 mil fieles en un estadio Monumental cargado de emoción y melancolía. Las lágrimas se transformaron en aliadas. «El Burro no se va» se convirtió en un grito de guerra por parte de los peregrinos millonarios, como mensaje al actual presidente Daniel Passarella, refugiado, casi ausente, dentro de su palco en la despedida del ídolo.
Ortega se despidió a lo grande. Estadio repleto, sobradas muestras de cariño del público, el apoyo de sus tres hijos; con el varón -Tomás- hasta tiró paredes dentro de la cancha, y amigos que le dejó el fútbol, como Enzo Francescoli y Marcelo Gallardo.

 

Los trapos y el sentimiento. Yatasto

Los trapos y el sentimiento. Yatasto

«Tu camiseta, nuestra leyenda», le hicieron saber en un trapo; al mismo tiempo que un fanático se encontraba disfrazado de burro dentro del estadio Monumental, acompañado de su pequeño hijo de 10 años; y Los Borrachos del Tablón, barra caracterizada de River, colgaron un telón para la historia: “Burrito Ortega. Brillaras por siempre. 13 de julio 2013”.
«Mi amor por vos hoy no se retira», rezaba un estandarte pintado a mano por un fanático para la ocasión, con señales de pintura fresca. No fue el único que pasó la noche desvelado y decidió resignar la sábana blanca de dormir para escribir un mensaje de despedida.
Los mismos que dejaron sus gargantas al rojo vivo y sintieron sus ojos humedecerse al verlo por última vez desparramar rivales, convertir y confesar su amor más sincero por el fútbol y River Plate.
«El cartel de borracho no me lo saca nadie», la declaración que en 1998 le brindó a la revista El Gráfico, cuatro años después de que un accidente de tráfico pudo acabar con su vida, hoy queda a un lado.
Apoyado por el amor de sus incondicionales, el jujeño se retiró a lo grande y en el lugar donde siempre soñó hacerlo, en su casa. De pie, gambeteando en un campo de fútbol los obstáculos que le puso la vida. Feliz. Admirado por todo el mundo.
A la redacción de Yatasto llegaron las polémicas de los lectores hinchas de River. Si bien coincidió la mayoría que el Beto Alonso y Enzo Francescoli fueron mejores jugadores y un poco más ídolos que Ortega. También llegaron al acuerdo que Ortega es el más humilde y siempre le dio una mano a River cuando River lo necesitó.