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Michèle Petit: «La literatura y el arte son componentes del arte de habitar»

En esta entrevista, la socióloga y antropóloga francesa Michèle Petit expresa: «Sin relatos, el mundo permanecería allí, indiferenciado; no nos sería de ninguna ayuda para habitar los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior”.

Hay lecturas que cambian la forma en que concebimos el mundo. Lecturas que transforman nuestra mirada y que luego de revisar sus páginas, nos devuelven a la vida con una nueva posición, con nuevas ideas, nuevas preguntas y opiniones. Lecturas que además, nos abrazan en su calidez y profundidad, enriqueciéndonos.

Las lecturas de los libros de Michèle Petit tienen este efecto sobre el lector. Sea un libro más personal, como Una infancia el país de los libros (Océano, 2008), o como Leer el Mundo (FCE, 2015); siempre contribuyen a enraizar algo profundo en uno. Ya sea desde su propia biografía como de su labor como antropóloga, su mirada siempre está cargada de un sentimiento de comunidad, de arraigo, de humanidad profunda y cálida, sin desestimar el ojo crítico y la capacidad para ver más allá de lo evidente, o como bien dice Daniel Goldin quien prologa varios de sus libros: “Por la fluidez de su estilo y la fina complejidad de su trama —que recuerdan el arte de las antiguas tejedoras— leerlo es, además de un ejercicio intelectual movilizador, una experiencia estética y humana singular».

¿Qué sucede con los lectores que viven en ambientes hostiles, donde el afán de leer no es importante? Es ahí donde Petit es capaz de insertar la lectura

¿Qué sucede con esos lectores que viven situaciones difíciles, en ambientes hostiles y aparentemente poco propicios para la lectura, donde pareciera que este afán de leer es lo menos importante o urgente?. Es ahí donde Michèle es capaz de ver una real posibilidad de observar distintos proyectos de fomento lector, de insertar la lectura en momentos complejos, lugares vulnerables. Y de mirar detenidamente ese proceso de cómo poder, en alguna medida, sanar esta herida, esta precariedad, esta necesidad que pareciera no ser de primer orden. Imposible no pensar en cómo Primo Levi o Victor Frankl, o tantos otros autores o lectores vieron en la literatura en momentos de crisis vital como una forma de recomponerse, de habitar el espacio, por pequeño o doloroso que fuera, y reconstruirse. La construcción del ser, de esos hombres en tiempos de oscuridad, parafraseando a Hannah Arendt, cobra mayor relevancia ante la adversidad y es ahí cuando la figura de Petit cobra mayor relevancia como observadora, iluminando en medio de la noche.

“Para que el espacio sea representable y habitable, para que podamos inscribirnos en él, debe contar historias, tener todo un espesor simbólico, imaginario, legendario. Sin relatos —aunque más no sea una mitología familiar, algunos recuerdos—, el mundo permanecería allí, indiferenciado; no nos sería de ninguna ayuda para habitar los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior”, leemos en su libro «Leer el Mundo». Estas palabras dan cuenta de la mirada que ha delineado todo el trabajo de su vida como antropóloga y resumen muy bien la importancia de la lectura, de la literatura, los libros y la transmisión cultural en poder habitar nuestra propia vida, nuestro entorno, y formar nuestra identidad.

Petit es una referente necesaria y constante en la mirada más profunda que podemos observar de la relación de los jóvenes con la lectura, la literatura y los libros desde su propia realidad. Es investigadora honoraria del Centro Nacional para la Investigación Científica (Paris, Francia) y ha llevado diversas investigaciones sobre las diásporas china y griega. Desde más de 20 años, trabaja en torno a la lectura y la relación con los libros, privilegiando los métodos cualitativos y el análisis de la experiencia intima de los lectores.

En esa misma línea, y creyendo firmemente en que las exclusiones deben ser derribadas en torno al acceso a los libros y a la cultura, ha profundizado en el análisis de la contribución de la lectura en espacios que son objeto de conflictos armados, de crisis económicas intensas, de movimientos forzados de poblaciones o de gran pobreza. De esto da cuenta en uno de sus libros anteriores; El Arte de la Lectura en tiempos de crisis (Océano, 2008), donde narra algunas de estas experiencias y profundiza en la naturaleza de los procesos que llevan a la reconstrucción de uno mismo a partir del encuentro con la palabra escrita.

La literatura como un derecho
—¿Qué significa la literatura, el arte y la cultura, para las personas?

—Para mí el arte, como la literatura, es una dimensión humana, más o menos desarrollada o atrofiada, aprovechada o desviada. Una necesidad vital. Si se trata de una necesidad vital, entonces al arte y la literatura, oral y escrita, deberían tener lugar en la vida cotidiana de cada niño, cada adolescente. Estamos hablando de un derecho. Como lo desarrolle cada cual, como se relacione con la lectura, es otro tema, pero que exista esta posibilidad de acceso y de apropiación es esencial.

Si se trata de una necesidad vital, entonces al arte y la literatura, oral y escrita, deberían tener lugar en la vida cotidiana de cada niño, cada adolescente

En esta convicción Michèle se ha basado para apoyar a las bibliotecas públicas, ya que estas pueden contribuir a que este acceso sea posible para muchos jóvenes en contextos donde, por ejemplo, la pobreza implica demasiadas privaciones. Algo se repara con este acercamiento, y se contribuye a que esos derechos culturales sean posibilitados y puedan obrar en esas vidas.

Pero para esto las bibliotecas deben ser miradas como centros culturales; no como meros depósitos de información en los que los bibliotecarios son custodios de textos. Los bibliotecarios deben convertirse en mediadores y ser capaces de convocar y abrirse a la comunidad que los circunda. Sin esto, estamos negando un derecho a quienes se pueden ver beneficiados de este espacio y de estas ventanas al mundo y al interior, a la posibilidad además, de propiciar las herramientas para construir ciudadanos. “Somos seres de relatos y uno se pregunta mediante qué juego de manos esta evidencia pudo ser escamoteada hasta el punto de reducir el lenguaje a un instrumento y las bibliotecas a simples lugares de ‘acceso a la información’. Ellas son también conservatorios de sentidos en los que se encuentran metáforas científicas que ponen orden en el mundo y lo explican, pero también metáforas literarias, poéticas, nacidas del trabajo lento de escritores o artistas que han logrado un trabajo de transfiguración de sus propias pruebas y de los conflictos múltiples que están en el centro de la vida psíquica y social», dice Petit en El arte de la lectura en tiempos de crisis (Océano).

—Muchos ven la cultura como algo suntuario, que no es una necesidad.

El arte de la lectura en tiempos de crisis (Océano)—Y sin embargo, ¡desde más de 40000 años, los humanos han creado obras de arte y han contado! Notemos de paso que la mayoría de las pinturas en las cuevas estaban ubicadas en los lugares donde había más resonancia acústica: en los albores de la humanidad, se contaba o se cantaba y se miraba con un mismo gesto. Y ciertamente se bailaba. Son aspectos muy antiguos, muy arcaicos pero que siguen esenciales en nuestra especie. El arte y la literatura son modos de simbolización fundamentales para el ser humano. Entonces el acceso a ambos debería ser facilitado a cada niño y adolescente.

—De alguna forma posibilita un posicionamiento del hombre en su contexto y volverlo más crítico en su comunidad

Claro, le permite situarse, relacionarse con lo que lo rodea. Además, el lenguaje no sirve solo para designar las cosas en su presencia, sino también para nombrar la ausencia. A esto contribuirá mucho la lengua del relato. Muy temprano la madre o la persona que da los cuidados maternos, le hará pequeños relatos a raíz de cualquier cosa, le narrará anécdotas, le creará pequeñas historias. El niño empieza así a aprender a narrar.

“A lo largo del camino, cualquiera sea la cultura que los ha viso nacer —escribe Petit en Leer el mundo (FCE)—, los humanos tienen sed de belleza, de sentido, de pensamiento, de pertenencia. Necesitan representaciones simbólicas para salir del caos”.

De la biografía lectora a la geografía de los lectores
—¿Cómo nace la idea de tu libro Una infancia en el país de los libros?

—Nace como una propuesta de mi editor, Daniel Goldin. Primero se compuso de unas diez páginas que fueron publicadas. Pero al retornar a México me encontré con unos maestros de unas comunidades indígenas que estaban trabajando con sus propios recuerdos ¡a partir de los míos! Me pareció algo absolutamente fascinante imaginar a esa gente en Chiapas, u otros lugares, leyendo mis recuerdos y recordando su propia infancia. Entonces pensé que tenía que desarrollar lo que había escrito y se convirtió en un libro.

—Es un libro muy personal, hablas de tu familia, verbalizas cosas muy íntimas.

—Sí. Cuando tienes un objeto de investigación, me parece indispensable pensar qué relación íntima tienes tú con eso. Escribí Una infancia en el país de los libros porque deseaba comprender qué era lo que buscaba entre líneas cuando yo misma fui niña.

Escribí Una infancia en el país de los libros porque deseaba comprender qué era lo que buscaba entre líneas cuando yo misma fui niña

Este pequeño y maravilloso libro nos revela a una Michèle de niña, curiosa, observadora, que sigue los pasos de sus dos padres lectores, quizás cómo una forma de entender en qué ensoñaciones ellos se perdían entre las páginas de un libro. Además nos revela quién es hoy esta antropóloga, alumbrando los cimientos de su imaginación, intelecto e intereses, como bien ella misma lo revela en el prólogo de la edición en español: “Escribí Una infancia en el país de los libros porque deseaba comprender qué era lo que buscaba entre líneas cuando yo misma fui niña. Esos recuerdos son la cara oculta de mis investigaciones, en particular de las que hablan sobre la lectura en «espacios en crisis». Al publicarlos, no hago sino pagar parte de mi una deuda con aquellos y aquellas que nutrieron mis trabajos al contarme su historia. Espero que los títulos o los autores desconocidos que encontrarán en estas páginas tengan para ellos el mismo encanto exótico que tuvo para mí el Tesoro de la Juventud, de nombre tan acertado. Y espero también que sigan enviándome sus propios recuerdos para que juntos exploremos ese misterio: el niño que lee”.

Una infancia el país de los libros (Océano)Los libros ilustrados, los cuentos tradicionales, los variados e intensos sentimientos que la acercaban o alejaban de los personajes clásicos de la literatura infantil como Blancanieves o Peter Pan, los BD o bande dessinées (cómics francófonos) como Tintín, Spirou o Lucky Luke son parte de sus confesiones en estas memorias literarias. Da cuenta del cambio radical desde Francia a Colombia, cuando su familia parte rumbo a este continente tan distinto donde poco a poco, a pesar de esta mudanza en plena adolescencia, descubre los colores, territorios nuevos por explorar y un paisaje desbordante. Es desde ese momento donde se prefigura la familiaridad de Michèle con América Latina y el español, y con otros países hispanohablantes como México y Argentina.

Un poco de ese redescubrir escenarios nuevos, de reconocer lugares distintos y de conocer espacios radicalmente opuestos fue algo que quizás delineó el camino de Michèle Petit a la antropología, a interesarse desde su propia historia a querer conocer , entender y profundizar en las historias de otros, en su entorno con sus circunstancias particulares.

Si en los 70 la mirada de la sociología y la antropología se regía bastante por aspectos más dogmáticos, nacidos de las teorías políticas en boga, en los 80 es posible ver un vuelco donde las personas ya no son tomadas tanto al por mayor, como números de un gráfico meramente. Esta forma de entender el mundo siempre fue más cercana a la formación de Michèle Petit, quien por tener una formación pluridisciplinaria siempre centro su interés en la historia personal, por sobre el lente macro.

—Tienes una mirada en que priorizas lo cualitativo, destacando singularidades más que centrarte en números y las estadísticas.

—Sí, es así. Yo creo que eso me vino del psicoanálisis. Yo había hecho estudios en antropología, sociología y lenguas orientales. Además trabajé mucho tiempo con geógrafos. Pero lo que más tuvo repercusión en mí, lo que más importancia dejó en mi formación, fue el psicoanálisis. Entonces mi manera preferida de investigar fue de acercarme a la historia personal de la gente, a su experiencia propia, a lo que ocurre en su mundo interior.

En Leer el mundo, el hilo conductor es que a lo largo de toda la vida, la literatura, oral y escrita, y el arte son un componente del arte de habitar

—Y claro ahora está en tu reciente libro Leer el Mundo

—En este libro, el hilo conductor es que a lo largo de toda la vida, la literatura, oral y escrita, y el arte son un componente del arte de habitar. De lo que se trata es de sintonizar con lo que nos rodea. A lo mejor estuve influenciada por los geógrafos con los que trabajé mucho tiempo en distintos proyectos. O me quedé trabajando con ellos porque compartíamos una sensibilidad espacial.

—Y se complementaban

—Yo era la única que trabajaba sobre la lectura entre colegas que investigaban el entorno ambiental, los paisajes, el hábitat. Al principio yo vivía como una obligación el hecho de tratar de encontrar una relación con lo que ellos hacían, pero rápidamente me di cuenta de la importancia de las dimensiones espaciales en la lectura.

—Si lo piensas, tu interés por el habitar está vinculado con tu propia historia. De alguna manera vuelves a tu infancia, a tu escenario de otra época en América Latina con tus años en Colombia, a la que retornas 39 años después.

—Sí. Mi relación con América latina es amorosa, ¡desde la adolescencia! Desde que regresé a este continente, tuve la suerte de encontrar a muchas personas, en distintos lugares, trabajando en compartir libros. Personas comprometidas, generosas, inventivas, con las que siento gran complicidad y que me enseñan mucho.

Algo así como una manta de historias…un entretejido fino y lleno de matices de esos coloridos mundos en américa y en Francia.

Leer el Mundo (FCE)Leer el mundo: Experiencias actuales de transmisión cultural fue editado este 2015 por Fondo de Cultura Económica y es otro de esos delicados entramados tejidos con amor y profundidad, que se reúnen en una especie de compendio de conferencias de los últimos años sobre por qué leer hoy, cómo incitar a que los niños lo hagan y como trasmitirlo. Ya en la conferencia dictada en Buenos Aires, Michèle confiesa que se sentía llamada a levantar el ánimo en las tropas, en aquellos mediadores que a veces veían desgastar sus fuerzas en un camino pedregoso y donde a veces distinguir los pequeños brotes de hierba es dificultoso. Este libro es una respuesta a esos preguntas, nutrido de sus propias investigaciones, las de otros y donde mezcla las anécdotas de su trabajo en terreno con digresiones más reflexivas. En este libro, como en todos, manifiesta su compromiso constante con el derecho a que los niños y jóvenes accedan a la cultura en todas sus formas.

El libro nace con una anécdota notable de una visita de la autora a Minas Gerais, Brasil, en el campo. Mientras caía la noche, y caminaban bajo el cielo del hemisferio sur, Michèle buscaba entre las estrellas esas constelaciones que de alguna forma la anclaran a lo conocido, pero ese cielo no le decía nada. No le hablaba, y se apresuró a preguntar por la cruz del sur, enraizada en sus recuerdos por historias de aviadores. Había que esperar determinada hora para poder verla le dijeron. Y esa constelación que buscaba, cuya existencia se justifica solo por el anhelo de vincular un conjunto de estrellas, sin fundamento científico, era una manera de poder comprender su entorno, de aprehenderlo, de asirlo. Y así, como cada civilización desde hace miles de años intentaba domesticar de alguna forma ese cielo sobre nuestras cabezas, esa noche en la espesura de Brasil, Michèle intentaba hacer lo mismo para poder reconocer ese hábitat en que se encontraba.

Leer sirve para encontrar fuera de sí palabras a la altura de la propia experiencia

“Leer —escribe Petit en Leer el mundo—sirve para encontrar fuera de sí palabras a la altura de la propia experiencia, figuraciones que permiten poner en escena, de manera distanciada o indirecta, lo que se ha vivido, en particular, en los capítulos difíciles de cada historia. Para desencadenar súbitas tomas de conciencia de una verdad interior, que se acompañan de una sensación de placer y de la liberación de una energía atascada. Leer sirve para descubrir, no por razonamiento sino por un desciframiento inconsciente, que lo que nos atormenta, lo que nos asusta, nos pertenece a todos”.

(fundacionlafuente)