«Se llevaron el oro, se llevaron la plata, se llevaron todo. Nos dejaron las palabras» son palabras de Pablo Neruda: el poeta chileno se refería a los conquistadores españoles que, cinco siglos atrás, nos legaron el idioma. Ese texto lo publicó en «Confieso que he vivido», un libro que recoge las memorias del poeta chileno Pablo Neruda, publicado por primera vez en la colección «Biblioteca breve» de la editorial Seix Barral. Se trata de una obra póstuma, que reúne las impresiones del autor casi hasta el mismo momento de su muerte.
En el libro, Neruda hace un recorrido por su trayectoria vital: los fumaderos de opio en Tailandia, la Birmania dominada por los ingleses, sus experiencias con todo tipo de mujeres en todo tipo de situaciones, las conversaciones entre el poeta y Ernesto Che Guevara, sus viajes a México o a la URSS, su consulado en España durante la Segunda República Española y su ardua labor tras el estallido de la Guerra Civil española para salvar de la cárcel y de la muerte a republicanos, anarquistas y todo aquel que fuera oprimido bajo el régimen franquista, embarcándolos en el Winnipeg rumbo al exilio. Estos y otros sucesos se recrean con nitidez en la mente del autor. La obra, escrita a lo largo de varios años, termina estrepitosamente con la muerte del poeta, apenas doce días después del violento Golpe de Estado de 1973 que acabó con la vida y con el gobierno de Salvador Allende. Neruda termina sus memorias condenando el sangriento golpe de Estado y recordando con dolor la figura de su amigo, el presidente Allende.
Sabemos que la palabra puede develar, pero también ocultar. Todo depende de cómo se la use. A la palabra pueden tenderla como puente entre los hombres, como también erigirla en muro que divide. Se puede servirse de ella para esclarecer, para alcanzar el entendimiento, pero también se puede usarla como instrumento de engaño, alienación, por la distancia del discurso con el orden de lo real. Y al quiebre de la confianza en todos los ámbitos, pues ya no hay correlato entre lo que se dice y lo que se hace.
Bienvenidas sean las palabras y sus interpretaciones. Yatasto rescata este texto de Pablo Neruda -publicado en su libro «Confieso que he vivido»- , lo comparte con sus lectores y deja que cada uno de ellos interprete la realidad, la política, las palabras, como mejor le parezca.
«…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola…
Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Que buen idioma el mío, que buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.»