A casi cuatro años del Mundial 2006, y aún en pleno velorio, José Pekerman debía seguir escuchando el debate eterno: sus cambios en la derrota por penales contra Alemania. Gustavo Trigili, hijo del fallecido DT Ricardo Trigili, le señaló que, en su opinión, el ERROR fue haber hecho jugar a Riquelme sin descanso en los partidos previos. «Román -le dijo- llegó fundido contra Alemania.» A Riquelme, su jugador fetiche, José lo sacó con Argentina 1-0 para que un Cambiasso más fresco ayudara a Sorín en el lateral izquierdo. Antes (cambio imprevisto), Franco había tenido que entrar en el arco por el lesionado Abbondanzieri. Quedaba un tercer cambio. A los 79 minutos, Crespo hizo señales de lesión y Cruz y su 1,90m, parecía una buena alternativa para el inevitable juego aéreo alemán de los minutos finales. Alemania empató con dos cabezazos dentro del área. Alargue y penales. Argentina eliminada. Y Messi en el banco.
Pekerman, que marcó un antes y un después para nuestro fútbol por su labor en las selecciones juveniles, suele enojarse cuando, a veces, ese momento es lo primero que surge en Argentina sobre su trayectoria como DT. Máxime porque, unos días antes, la selección había goleado 6-0 a Serbia y Montenegro, en la que quizás fue la mejor producción albiceleste en un Mundial, incluyendo el gol de Cambiasso tras 25 toques seguidos y 56 segundos de posesión. Y también el gol de Messi, primero en Mundiales del joven al que él había llevado a las juveniles. Minutos después de la eliminación, Pekerman le presentó la renuncia a Julio Grondona, que lo había elegido en 1994 contra otros nombres de mayor peso. Pero que, cuando lo criticaba, se refería a José con el despectivo «el tachero». El retiro precoz del fútbol a los 28 años, justamente en Colombia, por una rodilla maldita, obligó a José, ya padre de familia, a pintar de negro y amarillo el Renault 12 que le prestó su hermano Tito. Y a salir durante cuatro años desde Martín Coronado a la jungla del cemento porteño. Ocho horas diarias, con vianda en el medio. Pero no parando en bares o estaciones de servicio. José paraba frente a pibes que jugaban picados.
Fue justamente Trigili, el DT fallecido en enero de 2010, excompañero suyo en Argentinos Juniors, el que le ofreció a José, que ya había iniciado el curso de técnico, que fuera su asistente en Estudiantes de Buenos Aires. Luego fue Chacarita y después Argentinos, donde ganó reputación por su trabajo con los juveniles. Siempre equipos de sentido colectivo, equilibrados y de buen pie. Como la selección de Colombia que clasificó al Mundial de Brasil. «Docente y decente», así lo describió un libro, «El Profe», como lo llaman en Colombia, fue distinguido en 2013 como «Personaje del año» en el país cafetero. «Porque devolvió la fe a los aficionados, por su discreción, por su éxito y por su manera de ser», según lo describió una crónica. Difícil de imaginar para «Pimienta», como le decían cuando de pibe corría detrás de una pelota en potreros de Entre Ríos, donde se radicaron judíos ucranianos como el abuelo de José, parte de los gauchos judíos de los que habló el escritor Alberto Gerchunoff.
La Colombia de Chile 2015, a diferencia de Brasil 2014, tiene a Radamel Falcao. Pero Radamel todavía no es El Tigre. En Colombia dicen que su recuperación se demoró por culpa del DT holandés de Manchester United, a quien apodan Louis «van Mal». Tampoco James Rodríguez es por ahora el de Real Madrid. Pero José, ante todo, es un hombre paciente. Trabaja para que esos goles vuelvan. (Fuente: Por Ezequiel Fernández Moores LA NACION)
Un hombre hecho en la adversidad
Tenía 28 años cuando los ligamentos de su rodilla derecha se le rompieron. Había jugado poco más de cien partidos con el Deportivo Independiente de Medellín y ya se había ganado a la exigente afición del poderoso de la montaña. Pero la rodilla le dijo no más y allí estaba, impotente y pálido, pensando en que tendría que volver, que a pesar de que la dirigencia antioqueña le había demostrado todo el respaldo necesario para que continuara el contrato mientras efectuaba su recuperación, él renunciaba al club porque tenía la certeza de que ya nunca más sería el rendidor volante de marca que había sido.
Regresó a Buenos Aires con la frustración de saber que ya no volvería a jugar un partido de alta competencia y con Vanessa, la hija que había nacido en su periplo colombiano. Era 1978 y la dictadura de Videla había hecho del Mundial en la que la Argentina sería anfitriona, una cortina de humo para ocultar las vejaciones que los militares desplegaban a lo largo y ancho del país.
Las oportunidades laborales que podía tener un ex futbolista en la Argentina de la dictadura de Videla eran escasas, así que literalmente pintó su auto y lo disfrazó de taxi. Así mantuvo a su familia durante dos años, mirando con angustia, rabia e impotencia cada vez que por accidente sus ojos se encontraban con uno de los tantos potreros que había en esa época en la ciudad fundada por Pedro de Mendoza.
No era la primera vez que la desgracia se cernía contra Pékerman. Siendo apenas un niño tuvo que ver como su familia salía por PROBLEMAS económicos de Domínguez, un pequeño poblado en la Provincia de Entrerrios habitado en su mayoría por inmigrantes judíos que habían huido del antisemitismo que se destilaba en la Rusia de Stalin. Dejó amigos y un amor que apenas germinaba. Dejó las calles en donde jugaba y su querida escuela. Sin salir de la provincia su familia se ubicó en el puerto de Ubicuy, al pie del caudaloso río Paraná, en donde su padre, Óscar, puso un bar en donde los turistas irían a calmar su sed. Pero el negocio nunca resultó y los Pékerman tuvieron que volver a empacar.
José era un niño laborioso que aunque estudiaba y le encantaba jugar al fútbol, ayudaba a su familia en vacaciones vendiendo, junto con su hermano, helados en las polvorientas y ardientes calles del despoblado puerto. No había cumplido 15 años cuando el estruendoso fracaso del bar, obligó a su familia a marcharse de nuevo. Esta vez buscarían el éxito en Buenos Aires. Para lograrlo su papá puso una pizzería en donde José hacía los domicilios. En las escasas tardes en que quedaba libre el jovencito le daba a la pelota. Jugaba tan bien que un día, mientras disputaba un partido en la cancha de Martín Colorado, su barrio, contra la novena división de Argentinos Juniors, el técnico del club se fijó en el férreo volante y le ofreció ingresar a la institución. En una primera instancia el muchacho dijo que no, alegando que su padre lo necesitaba para hacer los mandados de la pizzería, pero Óscar, entendiendo que el futuro de su hijo no sería el de ser un domiciliario, le apoyó su decisión de empezar una carrera en el fútbol.
Pekerman-juniors
Él sabía que lo de manejar un taxi sería apenas un episodio que después contaría con una sonrisa cruzándole en la cara. Los vínculos que lo unían con Argentinos Juniors, el club que lo descubrió como jugador, eran estrechos. Le ofrecieron en 1982 hacerse cargo de las divisiones inferiores del bicho. Su labor fue tan buena que tres años después, en 1985, el humilde club ganaba la copa libertadores con una plantilla cargada de juveniles que, como Fernando Carlos Redondo y Claudio Borgui, había salido de la labor de Pékerman.
Su talento para descubrir a jóvenes estrellas se confirmó cuando, en el 2003, recién salido de su labor como adiestrados de selecciones juveniles de Argentina, descubrió en España a un rosarino de 15 años que estaba a punto de aceptar el ofrecimiento de España de conformar la sub-20. Inmediatamente lo vio llamó a Hugo Tocalli, su amigo y sucesor en la juvenil para decirle que llamara de urgencia al crack. A pesar de que los plazos para hacer la convocatoria se habían cumplido, organizaron un amistoso en Rosario contra Paraguay. El partido iba dos goles por cero cuando Tocalli decide ingresar al menudito jugador. Esa tarde, Lionel Messi, poniéndose por primera vez la camiseta albiceleste, convertiría seis goles. José siempre tiene la razón.
Perkeman-Messi-580×414
Allí, en el banco de suplentes, un lugar en donde no le gustaba estar mientras era jugador, Pékerman consiguió tres copas del mundo Sub 20 y está a punto de romper el record como el técnico con más partidos invictos en la historia de los mundiales. José Néstor a sus 64 años, puede decir, con toda seguridad, que ninguna de las desgracias que ha sufrido lo han logrado vencer, que gracias a su mentalidad y a su trabajo honesto e incansable, ha podido convertir sus reveses en victoria.