José Alberto Iglesias nació el 16 de septiembre de 1945. Empezó a componer «La Balsa», junto con Litto Nebbia. Según la historia, la canción se compuso en el baño de un bar. Otros sostienen que Litto Nebbia le robó la canción a Tanguito.
Tanguito se volvió una figura de popularidad masiva 21 años después de su muerte, acontecida en el otoño de 1972. Pero lo que llegó de su historia y su leyenda, gracias al film Tango Feroz, megaéxito en la Argentina y en varios países hispanoparlantes en 1993, fueron apenas retazos de su vida agitada, turbulenta, algunas veces hermosa pero también triste y terriblemente dramática.
José Alberto Iglesias nació el 16 de septiembre de 1945, en la ciudad de San Martín, provincia de Buenos Aires. Su padre, José Iglesias, era un vendedor ambulante de artículos de mercería en las ferias de Caseros y de Santos Lugares, y su madre, Juana Correas, empleada doméstica y ama de casa. Tenía una hermana, Carmen, cinco años menor que él.
Terminó a duras penas el primario, desertó del secundario y su intención de estudiar jardinería en la escuela del Jardín Botánico quedó en intento. Lo suyo no eran los libros, sino la música, lo único que lograba capturar su atención era el rock and roll.
A los 17 años, José se presentaba en los clubes de los barrios de Mataderos y Flores cantando, en su mayoría, versiones de rock and roll. Tambien ganó fama como bailarín de rock and roll, mientras que la mayoría de la gente en los suburbios bailaban tango. Para destacar este contraste, sus amigos comenzaron a llamarlo “Tango” o “Tanguito” (el diminutivo del “tango”).
En medio de sus actuaciones «barriales», en las que llegó a compartir escenario con Sandro y Los de Fuego, los Pick Ups y Bobby Cats -cuyo cantante era Giuliano Canterini (Billy Bond)-, entre otros.
En la primavera de 1963, Tanguito hizo su debut discográfico como cantante y líder de Los Dukes. Con tan solo 18 años, grabó el tema «Decí por qué no querés», de Palito Ortega y Dino Ramos, y otro de su autoria, «Mi pancha». A fines de enero del 1964 apareció una nueva obra discográfica de Los Dukes. El simple incluía los temas «Carnaval carnaval» de Ball y Roger (en versión en español de Santos Lipesker) y «Maquillada» de Freddie Cora.
En 1965, Tanguito y su amigo Horacio Martínez comenzaron a frecuentar La Cueva, en el barrio de Recoleta. Originalmente llamado La Cueva de Pasarotus, antes había sido un cabaret, conocido como Jamaica por un tiempo y luego como El Caimán. El club, ubicado en Pueyrredón 1723 casi Juncal, iba a convertirse en la cuna del rock argentino, con futuros iconos de la música como Moris, Sandro, y Litto Nebbia, que compartían un primer plano con otras figuras tales como los poetas Pipo Lernoud, Miguel Grinberg y Miguel Abuelo.
A finales de diciembre de 1966, algunos músicos que frecuentaban La Cueva como Moris, Tanguito, Morgan X y Los Seasons, junto con otros como Bob Vincent y Susana, a iniciativa de Miguel Grinberg, llevan a cabo una serie de conciertos denominados Aquí, allá y en todas partes, que tuvieron lugar en el Teatro de La Fábula. En estos conciertos, Tanguito interpretaba dos clásicos del rock’n’roll: Tutti frutti de Little Richard, y Perro feroz de Leiber y Stoller, ambos popularizados por Elvis Presley.
Después de La Cueva, los músicos terminaban la noche caminando por la avenida Pueyrredón y yendo a desayunar todos juntos en en el café «La Perla del Once», ubicado en Jujuy y Rivadavia, frente a la plaza Miserere. De hecho, fue en ese mismo bar donde Tanguito empezó a componer «La Balsa», junto con Litto Nebbia. Según la historia, la canción se compuso en el baño del bar, allí Tanguito entona la estrofa «Estoy muy solo y triste en este mundo de mierda». Finalmente prevalece la estrofa «Estoy muy solo y triste aquí en este mundo abandonado». Otras versiones de la historia, en cambio, aseguran que con Pajarito Zaguri escucharon el bolero La Barca y esas estrofas lo inspiraron.
Los Gatos Salvajes, liderados por Litto Nebbia, grabaron «La Balsa», el 19 de junio de 1967, en una sesión de prueba para el sello RCA. Más tarde, el 3 de julio, el sello Vik publicó el primer simple de Los Gatos con «La Balsa» y «Ayer nomás», de Moris y Pipo Lernoud.
La interpretación de Tanguito de «La Balsa» no fue grabada inmediatamente. Sin embargo, en el programa de televisión Sábados Circulares (conducido por Nicolás Mancera) se invita a algunos músicos a cantar en los estudios de Canal 13, entre ellos Tanguito. Y en esta oportunidad pudo interpretar, entre otros temas, su versión de «La Balsa».
El 18 de enero de 1968, Tanguito, acompañado de la orquesta de Horacio Malvicino, grabó dos temas propios para el sello RCA: «La princesa dorada» (escrita por Tanguito y Pipo Lernoud) y «El hombre restante» (escrita por Tanguito y Javier Martínez). El 4 de abril se editó el simple de Ramsés VII con los dos temas que Tanguito había grabado en enero. Debido al poco apoyo promocional de la compañía, la edición fue un fracaso comercial.
Todas las canciones de Tanguito se acreditan a «Ramsés VII», uno de sus muchos seudónimos. Otros seudónimos que él utilizó fueron: Susano Valdez y Drago. Tras romper con RCA, Tanguito firmó con el sello Mandioca, dedicado exclusivamente al rock.
Para entonces, Tanguito había cambiado el alcohol y la marihuana por drogas duras, inyectándose anfetaminas. Aunque con los brazos destrozados de tantos pinchazos, Tanguito nunca dejó la música. Entre 1969 y 1970, grabó en los estudios TNT, para el sello Mandioca. Las grabaciones eran muy precarias, acompañadas solamente por la guitarra acústica. Sin embargo, Mandica editó la recopilación «Pidamos peras a Mandioca», que salió en la primavera de 1970 y que incluía «Natural», tema de Tanguito registrado en aquellas sesiones.
Sus canciones más exitosas fueron Princesa Dorada (dedicada a Mariana, su gran amor), Amor de Primavera, y su gran éxito, La Balsa (que grabaron, además de él, otros artistas rockeros latinoamericanos, como Gervasio, y los chilenos Aleste).
Pero la adicción a las drogas destruyó su carrera, hasta el punto de llevarlo a la cárcel y al Hospital Nacional José Tiburcio Borda. En la madrugada del 19 de mayo se escapa del psiquiátrico y muere, supuestamente atropellado por un tren en la Estación Pacífico en el Barrio de Palermo, Buenos Aires, en 1972, a la edad de 27 años. Algunos de sus amigos más cercanos afirman que murió a manos de la policía federal. … Ningún periódico publicó su muerte.
Su vida y legado musical inspiraron la película argentina Tango feroz: la leyenda de Tanguito (1993), estrenada 21 años después de su trágico fallecimiento.
La Perla del Once
Javier Martínez inventó La Perla del Once. Nada nos dirían esos mingitorios si el Manal no hubiera puesto su voz de trueno en las desoladas sesiones de grabación de Tanguito cuando el ángel ya caído en desgracia –balbuceante, ensimismado y aun así con ráfagas brillantes– anuncia que va a hacer un “tema comercial” y entonces ahí el trueno que “hacé ‘La balsa’”, que “es tuya”. Y el ruego de Tanguito: “No, no me hagas cantar ese tema”. Y otra vez el vozarrón esculpiendo la leyenda, fundando la polémica, inventando un bar: “En el baño de La Perla del Once compusiste ‘La balsa’”.
Lo dijo una vez. Pero cuando salió el disco de Tanguito años después –en 1973, post mortem– alguien decidió con agudísimo olfato reiterar la sentencia-denuncia varias veces. Un vil loop: “En el baño de La Perla del Once compusiste ‘La balsa’”. Así nació –con ese disco y esa frase, más que con su muerte– el primer mártir de rock argentino: un mártir modesto, que correspondía a un gueto, a una música marginal. Sea como fuere, el disco planteó la (falsa) dicotomía que demoró décadas en diluirse: Litto Nebbia versus Tanguito, que es como decir Litto Nebbia contra los fantasmas. El rosarino –exitoso, talentoso, audaz, siempre un poco soberbio, siempre un poco más allá del rock, líder natural, con discurso político– le había robado la canción al malogrado cantautor del conurbano, un petardo carismático minado por las pastillas. La historia es vieja, viejísima, y fue revisitada hasta la extenuación. Lo que no fue tan dicho es que Nebbia fue insultado durante décadas por culpa de la artera fábula. Que le hicieron la vida imposible. Que los adoradores del mito (legiones intermitentes de rockers suburbanos que durante los ’70 se acercaban a La Perla a mear en ese lugar sagrado donde acude tanta gente) lo detestaban. Que como una reacción atávica Litto no tocó por más de 20 años “La balsa”. Que el equívoco al fin –Tango feroz de por medio, “y ríos de tinta”– se licuó: parece que Tango tiró una frase en el baño, Litto la escuchó, completó la letra, hizo una música basándose en los acordes de “Garota de Ipanema” y registró la canción con el nombre de los dos. Punto.
Así, con todo este balurdo, La Perla del Once fue La Perla del Once. Sin embargo, la invención de Javier Martínez formó una capa tan espesa que tapó el filtro de luz del pasado riquísimo de ese bar de Rivadavia y Jujuy, hoy coqueta confitería. Confín en la ruta ferroviaria al Oeste, “los náufragos” Moris, Pajarito Zaguri, Pipo Lernoud, Tango, Nebbia y Martínez recalaban ahí a mediados de los ‘60 porque era el único bar abierto las 24 horas y porque los dejaban permanecer con un café con leche cada cuatro personas. Pero hacia 1920 otros náufragos se acodaban en esas mesas: Macedonio Fernández, Julio César y Santiago Dabove, Jorge Luis Borges, Xul Solar, Marcelo del Mazo, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz. Yatasto Noticias & Cultura.
El sitio elegido tenía un doble motivo. Macedonio había vendido la casa familiar de Bahía Blanca y Yerbal para dedicarse a peregrinar por pensiones en las que olvidaba escritos como quien va dejando señales, postas: en aquellos años ’20 ocupaba una pieza en Rivadavia 2748. Por otra parte, a la tertulia de La Perla concurría un grupo de poetas clave para el espíritu de la peña: el llamado Círculo de Morón que integraban los hermanos Dabove, Carlos Ruiz Díaz y Enrique Fernández Latour. Por una cuestión de edad, pero también de magnetismo, el centro de las tertulias era Macedonio. Más célebre por la construcción de Borges que por sus libros, soberbio charlista, encandilaba con sus ideas delirantes y metafísicas. Por esos días, en esas mesas, siempre los sábados, se pergeñó una novela colectiva titulada El hombre que será presidente que planteaba un plan de acción… para tomar el poder. Una auténtica delicia del absurdo criollo. Lo cuenta Alvaro Abós en Macedonio Fernández, la biografía imposible: “El argumento contaba un plan de acción para difundir entre la población un malestar general que provocara el ansia por la llegada de un Salvador: éste no sería otro que el propio Macedonio. La ciudad debía ser inundada con artefactos destinados a hacer la vida indeseable e incómoda. Esos objetos ilógicos eran, por ejemplo, unos azucareros automáticos que impedían endulzar el café; una lapicera con una pluma en cada punta que amenazaba con pinchar el ojo a quien la usara; una escalera en la que cada peldaño tendría diversa altura; el peine-navaja, que cortaba los dedos y el cuero cabelludo (…). El denominador común era aumentar la neurastenia ciudadana: subvenciones a gordos para que molestaran a la población reclamando boletos de tranvía gratuitos a partir de los noventa kilos, lo que hacía indispensable pesar a cada viajero; corbatas desarregladas, sombreros calzados al revés; pucheros humeantes paseados en los bares para evocar climas hogareños y arruinar las veladas de los bebedores”. Todas estas situaciones redundarían en una histeria total. La pesadilla acabaría con la llegada del presidente Quita-dolor, Macedonio Fernández, “el restaurador de agrados y placeres”.
De los ’20 a los ’60, con similar grado de candidez, idealismo y locura, entre la toma del poder y el flower power, los jóvenes de ayer y anteayer frecuentaron La Perla del Once como quien extiende una plataforma de sueños. Esta gente, quizás a esta altura parte de una extraña ficción porteña, ya habita el metafísico Museo de la Novela Eterna.
El primer mito del Rock Nacional
Por Marcelo Figueras
El 19 de mayo de 1972 falleció ‘Tanguito’, uno de los pioneros del rock argentino. Autor de una breve obra artística, su turbulenta vida y su muerte a los 26 años lo convirtieron en el primer mito del rock nacional. Su historia, en fragmentos de Tanguito y su amor de primavera siguen dando vueltas y vueltas.
Hablar de Tanguito es fácil, porque está muerto. A partir de un disco, una docena de fotos familiares y un nicho en el cementerio de San Martín, hilar un mito es tan tentador como sencillo. Para eso están los profesionales, los forjadores de leyendas; oportunistas, necrofílicos y periodistas, personas distintas a veces reunidas bajo un solo nombre. Tanguito es ideal para ellos, lo tiene todo: un origen lumpen, la marginalidad asumida como modus vivendi, poesía y voz personales, una creatividad sólo limitada por la muerte. Y la muerte misma: la que se inyectaba en las venas, la que venía en pastillitas de colores, la que lo empujó bajo las ruedas de un tren el 19 de mayo de 1972. Iba solo. Eran las 11 de la mañana.
Había otro interesado en hacer de Tanguito una leyenda, y era él mismo. Entre el cabecita negra original y sus vagas aspiraciones personales mediaba un abismo: fue entonces Tanguito, Donovan el protestón, Ramsés; fue entonces el rocker -riguroso cuero negro y Tutti Frutti a la Little Richard-, el trovador, el profeta, el delirante. Todos alias que arrojaba sobre sí mismo para olvidar que se llamaba…
José Alberto Iglesias, nacido el 16 de setiembre de 1945 en el Hospital de San Martín, hace hoy exactamente cuarenta años. Hijo de José Iglesias -trabajador de feria- y Juana Iglesias, ama de casa. Primaria en el colegio La Merced de Caseros; primer año de secundaria en un industrial de San Martín. Hasta allí llegaron los libros: pudo más la guitarra, lo ganó el rock and roll. A los 16 años se unió al que habría de ser su primer grupo, Los Dukes: pese a su corta edad, los pibes de Mataderos le vieron pasta y lo engancharon como cantante. José Alberto Iglesias alcanzó entonces a grabar algunos temas para Music Hall, entre ellos Maquillada, Carnaval carnaval y Mi pancha. Dicen algunos que registró incluso Paralizado, el tema de Elvis Presley, pero en castellano. Un simple que jamás salió a la venta, de acuerdo a los archivos de la compañía grabadora.
Luego vinieron Las Sombras, una banda en la que tocaba la guitarra Nacho Smilari. Horacio Martínez lo escuchó por vez primera en un baile del barrio de Flores, allá por 1964. Martínez fue el nexo entre Josecito -al que algunos irónicos de Caseros habían rebautizado Tanguito- y un tal Mauricio Birabent, más conocido como Moris. Por aquellos tiempos Moris era de los pocos tipos que hacían rock en castellano: la comunión con Tango fue instantánea, y ambos llegaron juntos a La Cueva. (…) En 1964 era La Cueva, un sótano donde solían juntarse músicos de jazz y zapar, improvisar hasta que el cuerpo y la mente dijeran basta. Pero hacia fines de ese año los jazzeros vivían su eclipse, mientras que los devotos del rock buscaban un lugar donde recalar. Poco a poco se Iban colando Litto Nebbia e incluso Sandro, por entonces fan de Elvis.
(…)
‘Por aquel entonces comenzó la etapa del naufragio’, recuerda hoy Pipo Lernoud, poeta y periodista, actual director de la revista Cantarrock. ‘Pasábamos juntos días enteros, a menudo sin dormir más que un par de horas: yirábamos por plazas y bares, cantando nuestros temas pacifistas. En general alguien se enroscaba, y comenzaba una discusión que duraba horas. En ésa estábamos Javier Martínez -luego baterista de Manal-, Litto, Pajarito Zaguri, Miguel Abuelo y tantos otros. Gran parte del tiempo lo pasábamos en La Perla del Once, un boliche gigantesco ubicado en la esquina de Rivadavia y Pueyrredón. La parte delantera estaba ocupada por los que se limitaban a tomar café, más al centro se movían los estudiantes, y en el fondo copábamos nosotros. Armábamos una trinchera, donde más de uno juntaba cuatro sillas y se echaba a dormir’. Precisamente en el baño de La Perla nació el primer éxito del rock nacional: La balsa. Tanguito deliraba, guitarra en mano, mientras hacía uso del inodoro. A Litto Nebbia, que se hallaba en la zona de los mingitorios, le gustó una frase de las que Tanguito desgranaba: ‘Estoy muy solo y triste acá, en este mundo de m…’. Entre ambos la terminaron, en colaboración, como por entonces era tan común.
(…)
Nunca dejó de ser un pibe de la calle. La era de los náufragos fue demasiado para él: llegaron las drogas, y jamás logró zafar de su abrazo. ‘Fue un período de locura muy grande, Sin embargo todos tuvimos algún elemento que nos permitió superar esa crisis: Moris se sumergió en su trabajo, otros viajamos, otros recurrieron a amigos o familiares. El único desamparado era Tango. Sus viejos lo perseguían, lo trataban como la escoria de la familia. Lo que para nosotros fue una etapa de tránsito, para él fue la barrera final’, dice Pipo Lernoud.
(…)
En 1970 la jeringa era ya una compañera inseparable. Se inyectaba con lo que hubiera. Es entonces que el productor Jorge Alvarez -uno de los capitostes del sello Mandioca- paga varias sesiones de grabación para que Tango registre un LP. Los diálogos entre banda y banda de ese disco reflejan el estado de su reviente: ‘¿Está Paloma por ahí? Que me den un GenioI, que me agarró un dolor de muelas increíble’. El resultado final sirve apenas como documento, ya que no refleja sino pálidamente lo que había llegado a ser Tanguito años atrás. Lo más cercano al Tango real es un simple que sacó en 1966, con La princesa dorada en la cara A y El hombre restante en la B. Cuando grabó el LP era poco más que una sombra. Vagaba todo el día de un lado a otro, se tiraba un rato en La Giralda, pedía dinero. Pipo Lernoud conserva aún hoy esta frase anotada en uno de sus cuadernos: ‘Hay que ir a la comisaría a ver cuáles son los cargos que hay contra Tanguito’. (…) ‘Era consciente de su extravío, pero sentimental como un animal. Cuando cantaba, te erizaba la piel’. es el testimonio de Miguel Abuelo.
Se ignora si se cayó, se tiró o lo empujaron bajo las ruedas del tren. Lo concreto es que estaba muerto -nicho 73-, y que fue entonces cuando Alvarez decidió editar su disco. La leyenda recién comenzaba: ¿por qué no apuntalarla?”.