Un 27 de agosto de 1991 falleció Martín Karadagián, deportista, luchador profesional y actor argentino, cuyo nombre verdadero era Martín Karadayijan. Fue el creador del histórico espectáculo televisivo titulado Titanes en el Ring. Fue el ciclo más popular de la historia televisiva. Marcó a fuego la infancia de varias generaciones. Pero detrás de tantos inolvidables luchadores, hay una historia con luces y sombras. Cuenta la leyenda, y uno ya no sabe cuánto hay de memoria propia y cuánto de imaginario colectivo, que el campeón del mundo se enfrentó, en una noche inolvidable, al desafío de su vida. Los escépticos que nunca faltan, se empeñaban en decir que enfrente no había nadie. Mentira. Enfrente un enigmático adversario: el Hombre Invisible, nada menos. Aquí, otra vez, el recuerdo se transforma en esa onírica arcilla en perpetua construcción. Épico combate aquél que enfrentó al armenio contra una violenta sombra. Martín Karadagián debatiéndose sobre el ring contra un inasible rival, soportando tomas, acusando golpes mortales, cayendo y zafando con agilidad por entre las cuerdas. Miles de pibes contenían la respiración. Mientras tanto, el inolvidable relator Rodolfo Di Sarli, privilegiado dueño de unos anteojos especiales, era el único capaz de observar desde el ring side el fragor de la contienda.
Dicen las voces de la memoria que cierta mañana, el puerto de Buenos Aires se vio invadido por una turba de ansiosos pibes. Los estibadores de la dársena C, repleta con 8 mil almas infantiles, aguardaban que atracara un buque venido desde El Cairo con su carga misteriosa: un sarcófago cuyo contenido era el motivo de semejante expectación. En aquel milenario cajón, llegaba La Momia a Buenos Aires. Y la gente deliraba.
¿Cuánto de mito y cuánto de verdad respira en estos recuerdos? ¿Quién se acuerda hoy del humo y los chispazos que lanzaba el Androide cuando la sordomuda Momia le provocó un cortocircuito en pleno ring, ante la desesperada mirada del profesor Demetrius? ¿Qué memorioso puede dar fe que padeció, alguna vez, el martirio de los «dedos magnéticos» del Indio Comanche? ¿Quién se atreve a negar hoy, tanto tiempo después, que todos fuimos, alguna vez, el Caballero Rojo, el Hombre Vegetal o el Ancho Peucelle, en nuestras peleas en el patio del colegio? ¿Dónde andan hoy el Superpibe y Fantasman? ¿En qué oscuro rincón se ocultan el Doctor Cerebrus y Diábolo?
Rebuscar en el baúl todo aquello que nos dejó Titanes en ring nos traslada, indefectiblemente, a tiempos pasados, al refugio de nuestra infancia. Es que Titanes… habla de aquello que fuimos alguna vez, y nos inyecta el virus feroz de la nostalgia. Con Titanes… nos sumergimos, por fin, en el océano de un tiempo marcado por la leche con Zucoa, las figuritas redondas, las japonesas de seis piques, los maestros del yo-yo Bronco y el Naranjú. Hoy, Titanes… forma parte de aquel universo, y sus puertas abiertas nos permiten volver a ser, al menos por el tiempo que demoró la investigación para esta nota, lo que fuimos en años pasados. Teníamos que volver, volver para charlar con los luchadores, para escuchar sus historias, las luces y sombras de aquel ciclo antológico que marcó a varias generaciones de pibes y que hoy sigue ocupando un lugar privilegiado en la memoria popular. Teníamos que volver, aunque más no sea para confirmar que el tiempo pasa para todos. Incluso para el Hombre Invisible.
El armenio terrible
«¿Y usted quién es?», estalló el vozarrón de Karol Nowina, en la penumbra del gimnasio. Nunca más petiso que en aquel momento, un tímido joven llamado Martín Karadagián se había atrevido a molestar al conde polaco en pleno entrenamiento con la intención de pedirle un lugar en su troupe. Nowina recorrió con la vista la breve humanidad del visitante con gesto burlón, imaginando los destrozos que podían llegar a provocarle los golpes «de ablande» de sus luchadores al advenedizo catcher. El conde estuvo a punto de mostrarle la puerta, justo cuando el armenio cometió el error de jactarse de un título mundial como luchador de greco-romana. Tanta soberbia irritó al pionero del cachascán en Argentina: ese armenio iba a pagar con sangre su osadía. Karadagián subió al ring esa tarde, y las tardes que siguieron, para comerse verdaderas palizas. El «ablandamiento» del recién llegado era tarea de rutina para los catchers de Nowina, que lo utilizaban para practicar nuevas tomas y caídas. Pero era duro el armenio, sabía mejor que nadie lo que era pasarla mal, eso de aguantarse calladito los golpes…
Había nacido en un conventillo de San Telmo, hijo de la española Paulina Fernández y del armenio Hamparzun Karadayiján (después mutado al Karadagián que utilizó su hijo), y no tuvo lo que se dice una infancia fácil. «Mi padre fue una bestia, un matarife rico y amarrete que se cansó de pegarnos a mí y a mi hermana», recordó después Martín, que intentaba eludir el maltrato paterno rebuscándosela por las calles de Buenos Aires. «Yo fui empresario lustrabotas, compraba los cajones y se los daba a otros pibes para que trabajen para mí», comentaba años más tarde, como orgulloso de su capacidad como negociante desde sus primeros empleos. Con el tiempo y a fuerza también de ayudar en la carnicería del viejo cargando medias reses cada mañana, el físico de Martín se fue transformando en su mejor herramienta. Así fue como uno de los puesteros del mercado, sorprendido por su contextura física, lo invitó a la Asociación Cristiana de Jóvenes a practicar lucha greco-romana. Allí comenzó su historia como luchador, un periplo que lo llevaría a integrar, después de superar el exigente examen inicial, la troupe de catchers que peleaban en el Luna Park por los años cuarenta, bajo las órdenes de Nowina. Muy de a poco, incansable y cada vez más afirmado, se fue metiendo en el selecto y recio universo del catch. Recién en 1947 consiguió que los demás prestaran atención a su complicado apellido cuando protagonizó una épica pelea contra Iván Zelezniak, el Hombre Montaña ucraniano. Un par de años más tarde, aprovechó el hueco que dejó la partida de Zelezniak (cinco veces campeón, de 1947 a 1951, las cinco veces secundado por Karadagián en el podio) de la organización de los torneos en el Luna y se asoció con Nowina. Después de haber pagado durante años derecho de piso, el armenio terrible ya era uno de los atractivos más convocantes de las veladas de catch: «Irascible catcher que en todas las reuniones apela a recursos prohibidos que no pocas veces provocan su descalificación por el juez», definió entonces el diario Noticias argentinas.
El campeonato de 1952 marcó el arribo de Karadagián a la cumbre del catch, con el primero de seis títulos consecutivos como campeón; pero también significó el inicio de un imperio que abandonaría, en poco tiempo, el reducido escenario del Luna Park para transformar ese deporte en un fenómeno popular sin precedentes.. (Fuente: Revista Sudestada. Hugo Montero, Ignacio Portela)
De campeón a campeones
«Chicos, no hagan esto en sus casas», anunciaba Jorge Bocacci, uno de los artífices de «Titanes en el Ring». Era el presentador de cada lucha, fue durante 14 años el encargado de anunciar una por una cada pelea que se enfrentaba sobre un ring. El bien contra el mal. Aún hoy la gente recuerda un Luna Park repleto de gente aguardando las peleas de fondo. No precisamente las de Box. En la década del `50 el catch se hacía popular en Buenos Aires. La clave de esa convocatoria se basaba en que cada mayor que pagaba su entrada permitía que dos niños ingresaran junto a él. Es decir, no arrancó todo en la tele. Durante esos años el espectáculo, la lucha, se brindaba en gimnasios, teatros y lugares por el estilo. De hecho creo que jamás el teatro estuvo tan cerca del gimnasio y viceversa.
Las luchas de catch comenzaron a televisarse en 1954 desde el Luna Park y se transformaron en un espectáculo específico de TV. Casi una década después, ningún gerente de programación se arriesgaba a ponerlos. Más concretamente en el año 1962 comenzó «Titanes en el Ring» por Canal 9. Allí estaban La Momia, El Caballero Rojo y Mercenario Joe como principales atractivos. El éxito fue rotundo, en 1972 pasaron a Canal 13 y un público de 2.000 personas imitaba a sus ídolos en la puerta del canal para lograr entrar a los estudios, muchos aseguran que las mejores contiendas ocurrían afuera del estudio.
Se trabajaba mucho respecto a eso, buscando la veracidad de cada personaje. Martín Karadagian cuidaba que cada luchador desempeñara un rol previamente otorgado. Hay muchas anécdotas sobre esto: Domingo Hugo Luciarini tenía la responsabilidad del personaje Pepino, el Payaso amigo de los niños. Por esas cosas debió llevar adelante otro personaje: Il Bersaglierique, que a diferencia de Pepino, era malo. El tipo recuerda que ¡no podía hacer de malo!, le generaba una esquizofrenia difícil de sobrellevar. Otro personaje era el árbitro William Boo, el peor de todos. Su nombre real es Héctor Oscar Brea. Al principio fue luchador y lo unía una gran amistad con Martín Karadagian. El Sr. Boo también se encargaba del gimnasio donde cada noche practicaban los luchadores. William Boo fue quien recomendó a Karadagian para el Luna Park. Yatasto Noticias & Cultura.
Otro personaje recordado es «El hombre de la Barra de Hielo». La historia es increíble. En una pelea dada, los luchadores rompieron la tercer cuerda. Allí estaba el Ancho Peucelle que se golpeó la cabeza contra el piso del ring, quedando tendido por un tiempo. En ese momento Karadagian, que estaba siempre en el control junto al director, mandó a uno de sus auxiliares a buscar una barra de hielo en medio de la lucha. En la clásica reunión de los lunes, un arquitecto amigo de Karadagian le preguntó por ese episodio y el campeón armenio le respondió que era para enfriar a La Momia. A partir de ese momento comenzó la historia de «El hombre de la Barra de Hielo». Existen otras leyendas alrededor de «Titanes», se dice que quien encarnó originalmente al Caballero Rojo estuvo en la cárcel durante un tiempo culpado de asesinato, y también se dijo que Mercenario Joe combatió con el Che Guevara. Pero sin lugar a dudas la figura es y será por siempre el gran Martín Karadagian quien en sus inicios fue rechazado por su corta estatura. Era muy pequeño para ser luchador de catch. Bueno, los apodos de esos tipos lo sugerían todo, por ejemplo: El Hombre Montaña..
Si bien Karadagian falleció en el año 1991, «Titanes» fue reflotado en varias oportunidades pero nunca repitió el suceso de aquel entonces. En un intento por actualizarse sumaron personajes como: «El Hacker» y a los titanes que ya no estaban en condiciones de pelear los tomaron como árbitros. Una anécdota de Martín Karadagian ya retirado de las peleas y con su pierna amputada. Aparece en escena, tira el bastón y besa la lona de ese ring que fue testigo de tantas cosas. El campeón dijo: «Gracias, estoy bien porque estoy con ustedes. ¡ Estoy vivo!”. Relatores, comentaristas y presentadores del programa quedaron enmudecidos. Estaban frente al campeón de todos los tiempos. Ese que supo poner de un lado a los buenos y del otro a los «quetedije».
Anectodas, Mitos y Secretos De Los Titanes En El Ring
El escritor de una biografía sobre «Titanes en el Ring» recordó el programa y a Karadagián. Contó las peleas más insólitas, los personajes misteriosos y la verdad sobre La Momia. Se sabe que un programa de televisión marca un hito en la historia cuando sigue en el corazón de la gente aún después de su salida del aire. Cuando al escuchar su nombre, los nostálgicos esbozan una sonrisa y vuelven un instante a su infancia. Y cuando, a 50 años de su estreno, todos recuerdan y cantan “Caballero, Caballero Rojo, es intrépido y leal, es valiente y es genial”; “La Momia, luchador sordo mudo, es más fuerte que el acero” o “Viene del desierto, trae mucha arena, Tufic Memet, Tufic”, entre tantas otras canciones.
El 3 de marzo de 1962, “Titanes en el Ring” presentó por primera vez a sus luchadores de catch por la pantalla del viejo Canal 9, un año antes de que fuera adquirido por el “zar” Alejandro Romay. Desde ese día y hasta el último, todo estuvo comandado por Martín Karadagián que, detrás de ese personaje de forzudo rústico y bonachón, desarrolló una verdadera faceta de empresario mediático, más que astuto a la hora de hacer publicidad y concretar negocios.
“Karadagián Había nacido en San Telmo. Su padre era un carnicero armenio que le pegaba bastante, así que se crió a los golpes. Desde chico, lo tuvo que acompañar en su trabajo. Cargaba el peso de las reses y eso lo ayudó en su desarrollo físico”, cuenta el periodista y escritor Leandro D’Ambrosio.
D’Ambrosio es el autor de la biografía “Martín y sus Titanes”, de Editorial Del Nuevo Extremo, que escribió sin haber conocido el show de cerca ni vivido en la época de mayor furor, que, según él, fue durante la temporada de Canal 13 del año ‘72, cuando aparecieron los primeros Long Play con las canciones de presentación de los personajes, y también la primera película. Es que Leandro tiene 33 años y apenas fue testigo de la última etapa del ciclo.
“Tenía 4 o 5 cuando vi la temporada del ‘82, y me atrapó porque había muchos luchadores enmascarados. También me llamaba la atención que, aparte de las luchas, hacían toda una telecomedia con clips, como cuando llegaba la Momia al puerto y la mafia secuestraba el cajón. Yo era un cultor de la televisión y, por suerte, en casa me dejaban verlo, los viernes a la noche. Cuando volvió en el ‘88 y cuando hicieron ‘Lucha Fuerte’, seguí viéndolo. Siempre me gustó”, recuerda sobre su infancia. “Todo el programa tenía una cosa especial, Karadagián canoso y con barba era como un abuelo simpático. Me impacto la producción y preparación que tenía para esa época. Entonces me quedaron grabadas muchas cosas, y se me dio la posibilidad de escribir el libro como un homenaje a mi niñez y a la de todos los argentinos”, explica.
El primer paso para su investigación lo dio gracias a su amigo, el músico y humorista Gillespie, que ya lo había ayudado en su biografía anterior, sobre el “amo del terror” Narciso Ibáñez Menta. “Él me contó que su prima iba al mismo gimnasio que Enrique Ochessi, que estuvo en ‘Titanes’ en los ’60. Me reuní con él, me pasó muchos teléfonos de su ex compañeros, y a partir de ahí empecé a armar la cadena. Los luchadores hablaron con tanta emoción que entendí que todo fue más grande de lo que yo pensaba”, asegura.
¿Qué te contaron de Karadagián?
Era un tipo severo, muy estricto con la puntualidad. Con la plata era duro: no pagaba lo que ellos querían, pero nunca dejaron de cobrar. Ellos se sublevaban, porque se creían importantes, y entonces se iban del programa. Pero la compañía, “Empresa Internacional de Catch”, nunca dejó de producir, e iban armando otras ‘troupes’. Algunos después volvían de rodillas, pidiendo perdón.
¿Cómo se le ocurrió hacer “Titanes”?
En el ‘30 llegó el catch a Argentina desde Europa, por un polaco famoso, el Conde Karol Nowina. Después del fútbol, las luchas en el Luna Park eran lo más popular. Karadagián había hecho lucha grecorromana y lo usaban de sparring, pero no lo querían dejar entrar al grupo, porque era un ambiente muy cerrado. Recién después de 10 años, ingresó a los certámenes del Luna. Tenía la visión de que la lucha podía llegar a la televisión, pensaba en grande, y así empezó a hacerse cargo del negocio.
¿Y cómo saltó a la tele?
A mitad de los ‘50 el fenómeno se vino para atrás, pero en los ‘60 Karadagián quiso reinsertarlo. Como estaba muy de moda el Capitán Piluso, tuvo una charla con Alberto Olmedo y le dijo que quería llegar a la tele. Entonces armaron una lucha en el Luna a beneficio de hospitales: “Karadagián contra Piluso”, en noviembre del ’61. Fueron 30 mil personas, fue un éxito. Ahí, los directivos de Canal 9 le ofrecieron el programa.
¿Siempre fue un show para chicos?
Al principio iban las parejas grandes, las luchas eran a las 10 de la noche y la trasmisión era 11:40. Después vieron que se sumaban los chicos y, ya al tercer año, empezaron a poner horarios más temprano y a bajar un poco la violencia. En la prensa se preguntaban si todo era cierto, si salían lastimados. A veces sí, pero no era a propósito. Entrenaban mucho toda la semana: al principio lo hacían en el Club Hindú, en Capital, y a fines de los ’60 Martín compró un gimnasio propio en Olivos.
¿Cuál es tu personaje favorito?
Para mí, el más emblemático es el Caballero Rojo, porque su característica principal era ser muy noble y no hacer trampas. Siempre lo interpretó el mismo luchador, Humberto Reynoso, de San Pedro, que venía de luchar en el Luna en los ’50. Una vez, Karadagián lo quiso quemar y sacarle la máscara en el ring, pero le avisaron y él se puso una media oscura de mujer debajo. Cuando Martín le sacó la máscara, sólo se vio la media, y él salió corriendo. Karadagián se jactaba de ser el mejor del mundo y tenía un poco de celos cuando un personaje a cara descubierta le quitaba popularidad.
¿Eso pasaba seguido?
Pasó con el Indio Comanche y Mr. Chile, que eran extranjeros. Decían que Comanche venía de México, pero era peruano. Participaban muchos peruanos, porque en su país tenían una escuela de lucha. Realmente era un show internacional. Pero al tiempo, para no pagar los cachets en dólares, empezaron a convertir a luchadores locales en personajes extranjeros. Karadagián lo fue bastardeando en ese sentido.
¿Qué era lo que atrapaba tanto a la gente, si se sabía que las peleas estaban armadas?
Es que los chicos no perciben el engaño, y los grandes veían su entusiasmo y los acompañaban. Además, tenían llaves y tomas muy vistosas, como la patada del canguro o la tijera al cuello. Conocían bien el oficio. Karadagián siempre estaba atento a novedades para incluir y llamar la atención. En el ’66, por ejemplo, peleó contra un oso, que era amaestrado, pero lo hicieron pasar como salvaje. Lo tenía que acariciar y simular el forcejeo. El truco era el de “la cirugía”: tenía pegada en la palma de la mano una Gillette y, cuando venía el golpe, se hacía un corte en la frente, y parecía que el oso lo estaba matando. Todos creían que la sangre era artificial, pero era real.
Era un gran marketinero…
Con decirte que llegó a luchar contra el hombre invisible. El relator se ponía unos anteojos de soldador, supuestamente especiales, y decía “¡yo lo veo!”. También Inventó la lucha contra personajes publicitarios, como el Capitán Minerva. El problema era que no perdía nunca, porque la empresa del jugo pagaba. Los jurados del programa también eran empresarios, que ponían plata para aparecer en cámara, como Héctor Pérez Pícaro o José Scioli, el padre de Daniel Scioli, que tenía una casa de electrodomésticos. Martín era un gran empresario, explotó la marca de manera increíble. Había muñecos en los chocolatines Jack, juguetes, un álbum de figuritas, que hoy es de colección y vale 500 pesos. Creo que eso a él lo supero, no se lo esperaba.
¿Cómo inventaba los personajes y las canciones?
El relator Rodolfo Di Sarli, de Bahía Blanca, era la mano derecha de Karadagián, en su oficina de Callao 449. Entre los dos, crearon la mayoría de los personajes. Y el autor de la mayoría de los temas también es Di Sarli. Decían que era el “autor intelectual” del programa, y además era un fenómeno relatando, le daba mucha emoción a las peleas.
¿Qué hay de cierto en lo que cuenta Oscar Demelli?
Con Karadagián en vida, no se atrevían a desafiarlo, le tenían miedo. Estas son cosas que aparecieron con los años, cuando le empezaron a hacer juicio a su hija, Paulina, porque la empresa no habría hecho los aportes patronales que correspondían. A Demelli no le quiero dar importancia, nunca fue luchador, fue un segundo. Llevaba la toalla a los luchadores, estaba al costado del ring y se probaba los trajes. Tiene registrada la marca “La Momia Demelli”, pero eso no significa nada. Inventó una historia de que era la Momia y de que peleaba, es un mitómano. Nunca fue de la parte grande del programa, era un empleado más.
¿Y entonces quién era la Momia?
Juan Manuel Figueroa hizo los últimos años, del ‘75 hasta el final, y en los ‘90 volvió a hacerla, porque la hija de Martín reflotó “Titanes” en el ’97 y en el 2001. En esa época, Demelli iba a hablar a la tele, entonces Figueroa y Paulina fueron al programa de Jorge Rial y desenmascararon a la verdadera Momia, para que no quedaran dudas. Antes, en los ’60, la Momia era Iván “El Ruso” Kowalski, pero era un personaje más. En los ’70, fue Juan Enrique Dos Santos, el primer Gitano Ivanoff, y ahí ya era una estrella. Se habla de “la maldición de la Momia” porque los dos murieron en accidentes de autos.
La Momia nunca perdía…
Karadagián contra la Momia, siempre terminaba en empate. Había personajes que no podían perder, como David el Pastor, porque era un personaje bíblico. Una vez, cuando tenía que pelear con él, la Momia levantó la mano y no pelearon. Otro día el Pastor le regalo una ovejita y la Momia se fue contenta con el animal. Karadagián incluía personajes históricos y culturales para que los chicos agarren los libros. Estaban Nerón, el Cid Campeador, Don Quijote, Sancho Panza y Gengis Khan.
También estaba la Momia Negra…
Sí, porque Karadagián se dio cuenta de que las cintas de la Momia por dentro eran negras, entonces dijo “hagamos una negra”. La interpretó “El Ancho” Rubén Peucelle, los chicos se asustaban mucho. Era una Momia boxeadora y tenía movimientos más rápidos. Ahí hicieron por primera vez el sketch de ir a buscar la Momia Negra al puerto. La hacían perder porque Martín seguía la premisa de que el bien siempre tiene que triunfar sobre el mal, aunque en la vida no suceda.
¿Cómo surgió El Hombre de la Barra de Hielo?
Eso forma parte de los misterios de “Titanes”. Pasó de forma accidental, porque un día Peucelle se lastimó la rodilla. Un muchacho de Gerli fue a buscar hielo y pasó con la barra delante de la cámara. A Karadajían, que estaba atento a todo lo que se veía, le agarró un ataque, pero Di Sarli empezó a fogonearlo. “¿Quién es ese hombre? ¿De dónde salió?”, decía. No tenía ningún sentido, pero pusieron a varias personas para hacer el papel. Otra versión dice que fue buscado, porque de esa forma se iba a acercar alguna empresa de refrigeración y “El Hombre” iba llevar una heladera en el hombro. Pero eso nunca pasó.
¿Y la Viudita?
Karadagián contaba que, cuando era más joven, una viuda lo iba a ver al Luna Park, le ofrecía dinero y se quería casar con él. En el ’72, reflotó esa anécdota y puso a la Viudita. Pero decían que Martín era un hombre casto, entonces ella lo perseguía pero él no podía casarse. Estos personajes no fueron los únicos que participaron debajo del ring: estaba la Tejedora, el Pibe Estornudo, el Bombero y la Nona Bobe.
¿Cuándo fue el final de “Titanes”?
En el ‘88 se hizo el último en Canal 11, pero duró poco, porque a Karadagián ya le habían amputado una pierna y no luchaba, era jurado. Fue una mala temporada, con muchos personajes ridículos y publicitarios, y sin referentes. En cambio, “Lucha Fuerte” lo tenía a Peucelle. Martín sufrió mucho no estar sobre el ring, era como morirse en vida. Hasta el ’83, hacía que peleaba: tenía el famoso “cortito”, el tirón de cabello y el látigo. Murió por la diabetes en el ’91, a los 69 años.
¿Qué opinás de “100% Lucha”?
Que tenga auge me demuestra que el interés por el catch se va renovando a través de las generaciones. Pero no me gusta mucho Eduardo Husni, ni Osvaldo Príncipi, ni Leo Montero, aunque algunos personajes eran buenos. La Masa era espectacular. Además, el éxito fue relativo, porque lo ponían en horarios terribles. No hay punto de comparación, “Titanes” es irremplazable.
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