Lo que le pasó a River le ocurrió mientras los ojos se abren y cierran. El guion estaba escrito, rubricado. Faltaban dos minutos. Apenas 120 segundos. La copa ya se imprimía: iba a llevar la firma de autor de un equipo colosal durante cinco años y medio. Copero, ganador. ¿Cuánto separa la gloria del ocaso, del dolor más desgarrador? Dos minutos reales. River gana 1-0, aguanta, con el pibe Alvarez, con Paulo Díaz por el lesionado Casco. Aguanta con oficio, con entrega. Flamengo corre hacia adelante con los ojos vendados, pero va. Pratto pierde una pelota cerca del área rival, el héroe de Madrid convertido en un actor secundario que extravía el libreto justo en la función de gala. No sabe la letra.
El contraataque, liderado por un Diego inoxidable, genial en el ocaso de su carrera, acaba con el gol de Gabigol, que había sido anulado toda la tarde. Marca el 1-1. Un par de minutos después, aprovecha el mareo de una defensa que había sido una fortaleza, se descuida Pinola -justo el zaguero que había tenido un partido de novela- y acaba la faena. Flamengo suma 26 partidos sin derrotas, consigue la Copa Libertadores después de 38 años y desnuda a River como no lo hizo nunca jamás nadie. Lo convierte en humano. El mejor River de la historia se apaga, pierde su luz. Competitivo siempre hasta el final, capaz de las mejores hazañas, se derrumba en un instante. Un chasquido. Es la derrota más dolorosa del ciclo de Marcelo Gallardo.
River se despide de pie, como un grande y gigante que es. Porque hasta el feroz Flamengo lo respetó y demasiado. River espera la premiación con hidalguía. Los hinchas lo despiden con aplausos. El dolor es desgarrador pero River cayó como un grande.
River perdió pero los jugadores no se quitaron la medalla apenas recibida como lo hicieron los jugadores de Boca en la final de Madrid y si salió a recibir el reconocimiento del subcampeón, al contrario de lo que hizo el equipo de Carlos Bianchi en una final en Caldas.
Se es grande en la victoria pero también en la derrota. Muchas veces se habla de lo “malos perdedores” que son muchos equipos y nos viene a la memoria el Boca de Carlos Bianchi que no quiso recibir la medalla al segundo cuando perdió la final de la Libertadores ante el Once Caldas. Yatasto Noticias Salta.
Si algo le faltaba a Gallardo para ser mejor que Carlos Bianchi era perder una final, salir subcampeón en la Copa Libertadores pero no mostrar lo peor del ser humano, sino lo mejor del espíritu competitivo, recibir los honores del subcampeón, ser grande también en la derrota.