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Marcos Aguinis: «Una democracia amenazada por el caos»

Yatasto

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Jorge Luis Borges, luego del triunfo electoral del radicalismo, participó en una reunión con intelectuales convocada por Raúl Alfonsín. Yo estaba a su lado cuando se le acercó el flamante presidente electo. Borges le estrechó la mano y levantó la cabeza, como si en ese momento hubiera recuperado la visión. Con palabra trémula y emocionada, pero firme, dijo: «Quiero confesarle que concebía l a democracia como un caos; ahora entiendo que es el cosmos».

Treinta años después recobra vigencia ese aparente juego de palabras inspirado en la comunión de ritmo y vocales, pero que establece una oposición manifiesta. Desde aquella época encinta de esperanzas, el cosmos que aparentemente se inauguraba fue diluyéndose en el caos tan temido. Ahora seguimos en democracia. No obstante, es una democracia avinagrada por las secreciones del caos.

En el cosmos hay leyes que rigen de forma permanente. Por eso existen galaxias y sistemas solares que exceden nuestra capacidad mental. Desde la propia teología no sólo se habla de creación, sino del funcionamiento que mantiene cada cosa creada. Sin el acatamiento de ciertas reglas, la maravilla podría convertirse rápidamente en un desastre total. Claro que hay desastres y excepciones en la maravilla, pero son los menos. En nuestra democracia, los desastres son los más.

El cosmos que se pretendió inaugurar en diciembre de 1983 mediante la reconciliación nacional y una estricta vigencia de la Constitución (cuyo prólogo fue agitado como una bandera en los discursos de Alfonsín) fue pronto invadido por impulsos deletéreos. A la democracia se le exigía más de lo que podía dar en sus comienzos. Pero en lugar de fortalecerla mediante el tenaz acatamiento de las leyes y jerarquías de la República, adquirió creciente fortaleza la impugnación desaforada de los paros generales, los levantamientos venenosos de algunos militares, la sistemática obstrucción legislativa y otros procedimientos que taladraron los pilares recién construidos.

La historia que siguió es conocida, aunque se la memoriza de forma parcial o sesgada. No todos somos culpables, no todos somos inocentes. Ahora corresponde centrarnos en los avances del caos sobre el poco cosmos que nos queda.

Una gran responsabilidad le cabe a la equivocada consigna de «no criminalizar la protesta». Si la protesta comete delito, merece sanción. La protesta es atendible y respetable mientras no viole las leyes. Esto se ha olvidado. Desde hace una década adquirió tonalidad folklórica el corte de calles y rutas. Son cortes diarios y a veces simultáneos en distintas partes de las vastas concentraciones urbanas. No trasciende qué se reclama ni se tiene en cuenta la legitimidad del reclamo. Es probable que la inmensa mayoría de esos reclamos terminen en la nada. Lo que no termina en la nada es el sufrimiento de millares de ciudadanos a los que se priva de su derecho constitucional de transitar libremente. Esa violación de la ley que significan los cortes de calles y rutas no recibe sanción, sino el perverso y oculto aplauso de las autoridades, que se abstienen de actuar para no perder votos.

Los saqueos, que comienzan a manifestar su poder y vileza, tampoco son considerados un síntoma grave que requiere urgente medicación porque contiene los virus que empeorarán la enfermedad del país. Los saqueos son caos al desnudo. Quizá se comience a decir que sólo de trata de una «sensación», como se afirmó impúdicamente de la inseguridad.

Hace casi dos décadas publiqué mi novela Los iluminados . Para documentar los capítulos dedicados al narcotráfico, que ya comenzaba a crecer en la Argentina y consideré urgente denunciar, recorrí la frontera argentino-boliviana a pie y en jeep, acompañado por un ex jefe de la Gendarmería, de sólida vocación democrática. Sus contactos me permitieron ir y venir más de una vez de Salta a Bolivia, observar el transporte de la droga en autos acondicionados al efecto, las violaciones burdas de los controles aduaneros y hasta el transporte a pie en las porciones menos caudalosas del río fronterizo. Además, con el jeep atravesamos altos pastizales hasta las pistas clandestinas de aterrizaje. En esa novela denuncio la ausencia completa y criminal de radarización en nuestras fronteras. En todos los años transcurridos desde entonces nada positivo se ha hecho en este rubro. Ahora se «descubre» que el narcotráfico se ha instalado en nuestro país con una fortaleza temible. No aporta al cosmos, desde luego, sino al caos.

Otro grave atentado contra el cosmos es la corrupción. Ha ido creciendo de forma continua. En lugar de producir los anticuerpos que la frenen, extendió una nube anestésica de resignación. Ya no hacen falta pruebas, porque los robos son elefantiásicos y evidentes. La Justicia -que a menudo es acariciada con expresiones tales como «confío en la Justicia»- padece anemia. Hay jueces que se dedican abiertamente a proteger corruptos de marca mayor. El mal no se limita a las capas gobernantes, que reciben la parte del león, sino a niveles que llegan al piso. Es una práctica generalizada. Una suerte de ley paralela. Mediante la mágica coima se hacen fortunas en un país como el nuestro, que rueda hacia una espantosa irrelevancia, de la que no nos sacará fácilmente ni la explotación de Vaca Muerta.

La corrupción no es fácil de detener. ¿Cómo se la va a detener si hay funcionarios que ya deberían estar presos y siguen gozando de aterciopelada impunidad?

El caos ha invadido el cosmos de la educación. Según las últimas evaluaciones internacionales, nuestro país ha descendido de una forma vergonzosa en este campo. Habíamos sido el país con mejor educación en toda América latina. La enseñanza primaria y secundaria era ejemplar. Las universidades públicas estaban entre las mejores del mundo. Ahora, con la excusa de la «democracia», en vez de empujarla hacia el orden y la jerarquía del cosmos, se hunde la educación hacia la improductividad del caos. La reciente elección de rector en la Universidad de Buenos Aires, con estudiantes dedicados con entusiasmo a destruir las veredas de un bien común que es el Congreso, revela el nivel de confusión que altera la lógica nacional.

Desde hace diez años no hay reuniones de Gabinete, sino que el poder presidencial se irradia de forma individual a cada funcionario, para mantener vigente su fragilidad ante el trono. Las conferencias de prensa se convirtieron en «lecciones de prensa», con el condimento de retos e ironías. La transparencia de la gestión dejó de considerarse obligatoria. Las estadísticas oficiales mienten sin rubor y hasta se cuestiona desde el poder otras más creíbles. Semejante conducta, ¿estimula el cosmos o el caos?

Otra mancha más del tigre fue exhibida cuando el jefe del bloque mayoritario de senadores dijo que esperaba órdenes de la Casa Rosada para decidir cómo votar. Fue dicho con extrema falta de respeto a la Constitución, que exige la independencia y el recíproco control entre los tres poderes de la República. Semejante traspié no fue seguido de una sanción ejemplarizadora. El Poder Legislativo ya fue acusado de operar como una escribanía de la presidencia nacional. La acusación es grave y verosímil, pero nada importante se hace para desmentirla. Es otra gota de caos al temblequeante cosmos.

La lista de elementos ponzoñosos sigue. Depende de los ciudadanos ponerle límite. Cada país -dijo André Malraux- no sólo tiene los dirigentes que se merece, sino que se les parece.