Entrevista. Cuando la “Gardel con polleras” cumplió 100 años en 2011, Clarín le hizo este reportaje. Tras hacerse rogar, la tanguera dio la nota y recordó momentos de su vida con lucidez. Hace yoga, come poco y canta mucho. Ahora busca el amor.Su médico le repite que tiene “corazón de piedra”, no por frialdad, sino por fortaleza. Piedra adentro, ese corazón que mañana cumple un siglo de vida, todavía tiene ganas de latir. Este es el homenaje de Yatasto, para la enorme Nelly.
Nelly Omar, “cantora nacional”, no quiere celebrar hablando de tiempo, sino de amor. Porque a los 100 años, jura, no se deja de amar: “Me gustaría volver a enamorarme. Lo más lindo que hay es enamorarse. No importa que piensen e stá loca . Quisiera estar con alguien que tenga el suficiente amor como para ir compartiendo si voy cayendo. Yo no creo que eso sea pedir mucho, ¿no?”. Si la memoria de Funes, el memorioso, era -en palabras de Jorge Luis Borges- “un vaciadero de basuras”, la de “la Gardel con polleras” es, a la inversa, un recipiente de gemas de un mundo que ya no existe. Gemas que de no ser reproducidas en su boca, se perderían entre libros o dejarían de existir. En una charla de tres horas resucita a Carlos Gardel, a Homero Manzi, a Eva Perón, al Buenos Aires del 20. Sabe que “uno se muere totalmente cuando muere el último que puede recordarlo”.
“Entrevistas, no”. Durante un mes, la mujer centenaria fue tajante ante unos diez llamados de la periodista Marina Zucchi. Un día, como la gota sobre la piedra, la insistencia tuvo recompensa y ella abrió el cofre, su departamento palermitano del piso 14. Detrás de la puerta, ninguna viejita achacada, sino la “muchacha peronista humilde que fue proscripta después de 1955”, la misma que “ya no tiene familia pero se cuida solita”, que no toma remedios y sigue los consejos de la recordada Libertad Lamarque: “ Sonriendo se te van las arrugas ”. ¿Algún consejo más? Yo hago yoga en la cama. Y voy a la ventana y hago ejercicios respiratorios. Hay que tener libre el estómago; hay que comer poco y cantar. No me molesta tener 100 años. Me afligió cuando Tita (Merello), que era mi amiga, se metió en Favaloro. Yo haría lo mismo, pero no. Ella se entregó ampliamente. Yo no.
Un Winco de fondo (“uno que funciona, a pesar de que la gente hoy ande en otra cosa”), más premios que centímetros de pared donde ostentarlos, discos de Los Quilla Huasi, de La tropilla de Huachi Pampa y de Néstor Feria, un teléfono de la época de EnTel que no para de pedir que lo atiendan, un escudo de Racing y la queja: “¿Cómo puede ser la gente tan olvidadiza? El club no me dio el carnet y ya no me importa”. Y se enciende: “¿Le puedo contar cómo empezó todo?” ¿Todavía lo recuerda? ¡Tengo memoria de elefante! Mucha gente cree que mi padre era guitarrero y cantor. Y no. Vino de Italia con profesión de carpintero. Y se empleó en la estancia de Julio Argentino Roca. Alrededor de la estancia vivía mi madre. Se casaron. Y ahí se mudó a Bonifacio, que fue donde nací. Luego nos mudamos a Guaminí. Yo me inicié en el colegio de mi pueblo hasta que cuando perdí a mi papá, a mis 11 años, nos vinimos a Buenos Aires. Antes de ir al Teatro Colón a mi padre le dio un infarto y mi madre quedó con 10 hijos, y ahí empezó la odisea. Los abogados nos comieron lo que mi padre había dejado. Y yo empecé a trabajar en una fábrica a los 12 años. Yo manejaba una máquina de medias. Tenía que enganchar las agujas en los talones. Tenía vista, lo hacía rápido. Ganaba una miseria.
¿Ya soñaba con cantarle al público? ¡Yo quería ser aviadora! Mis hermanos hacían vuelos de bautismo y un día yo le dije a mi papá Ahora me toca a mí . El me respondió Vos esperate.
¿Para qué me lo habrá dicho? Eso me duró toda la vida. Y la conoci a Carola Lorenzini y le dije Quiero volar . Pedile permiso a tu mamá, me dijo. Y mi mamá me dejó. Tenía 16 años y ya quería volar un avión. Pero a los 17 años fui a Radio Splendid a hacer la prueba, me presentaron a los dueños de la radio y ahí mismo me dijeron Cante . Y canté A mi madre.
¿No se va a abatatar frente al micrófono?, me dijeron. ¡No! Ahí debuté en el conjunto Cenizas al fogón. Enseguida conocí a Enrique Muiño y trabajé en su programa. Así que me inicié con las dos cosas: folclore y tango. En 1934 formé el dúo con mi hermana Nélida. Yo le usurpé el nombre porque el mío no me gustaba (Nilda Vattuone), me parece horrible. Fuimos a la Radio Stentor, que transmitía desde Florida 8.
¿Por qué se separaron? Porque ya me había casado y quería seguir mi carrera sola. De mi marido también me separé, a los dos meses de casada. Es que me apuré. Justo mi madre se agravó, falleció, y yo me casé para liberarme de ser la mucama de mis hermanos. Y me clavé porque no resultó: ni marido ni bueno ni nada. Era un ser todo fantasía. Era lo que hoy le llaman un vago. Me planté y empecé a trabajar, a hacer triplete, no dormía y me compré mi casa y mi auto. Ibamos a las giras por los pueblos con las cuatro guitarras y hacíamos triplete por los barrios. Se trabajaba bien.
¿Después llegó el romance con Homero Manzi? En 1937. Yo trabajaba con programas que él armaba en Radio Belgrano. Un día le dije Por favor, pare, yo soy una mujer casada. No me moleste.
Para qué se lo habré dicho. Era peor. Me escribía letras. Me prometió que se iba a divorciar si yo me divorciaba. Era una persecución. Aparecía por todos lados.
Por favor, dejame respirar , le decía yo. Era realmente un enamorado pero respetuoso. Pero la mujer se tomó un frasco de bromuro cuando se estaban separando y él tuvo que volver a la casa. Cuando volvió, ahí le cerré el paso. Era un amor imposible. Sus amigos me decían Llamalo sino este hombre se va a morir … Un drama.
¿Y le cansa que pongan en duda el hecho de que le haya dedicado el tema “Malena”? No. Si se la dedicó a otra fue a una Mata hari. Yo tengo en el corazón otra letra para mí, Solamente ella.
¿Pero usted estaba enamorada? Para nada. Lo admiré como poeta. No era vulgar. A mí no me gustaron nunca los hombres vulgares. Era fino. Yo estaba abocada a mi fracaso de matrimonio, a mi trabajo, era imposible mantener una relación así no formal. Cuando estás enamorado perdés los estribos y te vas de cabeza. Después se enfermó gravemente y no pude dejar de tener cierta consideración, de llamarlo. La familia había dado una orden de que no me dejaran verlo. Un día el doctor me llama a las cuatro de la mañana diciendo Nelly mandé a la familia a su casa, venga para despedirlo.
Me impresioné. Al tiempo conocí a Anibal Cufré. Nos vimos en una confitería y lo primero que le dije fue ¡Qué traje feo se puso! Empezamos a noviar y estuve ocho años con él. Después tuvo cólera y murió. En 1993 conocí a Héctor Oviedo, caballero excelente. Me enamoré, pero él, más. Fuimos felices.
¿Ahí dejó de enamorarse? ¡No! Lo más lindo que hay es enamorarse. Correspondido, desde luego. Porque si te enamorás de algo imposible, no podés ser feliz. Tenés que enamorarte de alguien que guste de vos, tener donde apoyarte, un lugar donde querer. Pienso que uno no debe quedarse solo. Veo tantas amigas solas, alguna se va al geriátrico. Yo no quiero ir a parar ahí. Quiero que alguien me cuide, más joven que yo, desde luego…
“Venga”, invita a su cuarto, desenfunda una guitarra y regala un recital solitario. Su voz, efectivamente, no se enteró de los 100 años. Entona la zamba «Déjame estar» y, mágicamente, vuelve a un estado como de 15 años. “No tengo familia ya, sólo amigos, pero la música me da buenos pensamientos, me libera de la angustia. Si canto, ahí sí soy feliz”, avisa, mientra la piedra de su pecho late más fuerte que nunca.