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Las genialidades del Loco Houseman

El Loco con la camiseta de Huracán.

El Loco con la camiseta de Huracán.

Yatasto reflexiona. Cuando lo despidieron al “burrito” Ortega en el Monumental hace días, algunos periodistas lo comparaban con Ángel Clemente Rojas y con el Loco René Houseman, que fue un verdadero genio.
El loco fue uno de los jugadores más imprevisibles de la historia del fútbol argentino. Un puntero derecho que con su inventiva única e inigualable, se cansó de marear marcadores de punta en Huracán de Parque Patricios para el goce de toda la gente. Supo, incluso, meterle un gol a River, al Pato Fillol, estando totalmente borracho. Adivinar que nueva genialidad iba a desparramar por el campo en la siguiente jugada era verdaderamente imposible. Su físico endeble, y su condición de incorregible bohemio, amante del alcohol y la noche aceleró su declive.
Fue campeón con el Globo en 1973, y con la selección Argentina en el Mundial de 1978 (participó también en el Mundial de 1974, figura con un golazo a Italia para el empate 1 a 1). Jugó (pocas veces tan bien usado el verbo “jugar”) 281 partidos en primera, hizo 109 goles y una infinidad de obras de arte. Arte efímero en cuanto a la duración, pero eterno en el recuerdo de todo aquel que ame el fútbol.
Una pincelada literaria de Roberto Fontanarrosa, hablando de René Orlando Houseman: HOUSEMAN (por R. Fontanarrosa)
“(en aquel partido, Houseman…) Corría, para hacer todo más difícil, sobre la raya de toque, por la derecha, casi haciendo equilibrio. Le salió un marcador, de frente, cubriéndole la línea. Y ahí no se muy bien qué hizo ni cómo lo hizo. Sin perder velocidad, se cambió la pelota del pie derecho al izquierdo y del izquierdo al derecho, como si se le hubiera enredado entre los botines, y apareció corriendo a espaldas del marcador, siempre con la pelota y sobre la línea. Se escurrió, digamos, por el huequito que quedaba entre la cadera y la axila del defensa y los cinco o seis centímetros del grosor de la línea de cal. En aquella época no eran frecuentes las repeticiones en la tele, entonces Houseman, como para que yo no me quedara con la intriga, como para mostrar nuevamente el truco a ver si alguno lo descubría, repitió la maniobra con otro defensor que salió a cruzarlo por detrás del primero y se fue como una luz hacia el banderín del corner. Otra vez ese esbozo de arranque hacia adentro, la corrección hacia afuera y enderezarla para adelante pasando casi de perfil y sin que, ni siquiera, consiguieran hacerle falta. (…) Flaco, liviano, escurridizo, desprolijo en el vestir, llevaba la pelota a velocidad de vértigo aderezándola con una enorme cantidad de amagues, de pequeños frenos, de aceleraciones, al punto que había veces en que era la pelota la que lo seguía a el, como un empecinado cachorro.”
Los comienzos
Hizo sus inferiores en el club Excursionistas, del cual es hincha, pero por falta de oportunidades debutó en su clásico rival, Defensores de Belgrano, en la Segunda División del fútbol argentino. A comienzos de 1973 y gracias a César Luis Menotti, fue contratado para jugar en la Primera División por el Club Atlético Huracán. En este equipo realizó una carrera brillante, obteniendo el Campeonato Metropolitano de 1973. Y también llegó a la semifinal de la copa Libertadores del 1974 y el subcampeonato de 1975.
Más adelante jugó en Colo-Colo de Chile y en River Plate, entre otros. Su retiro fue en 1985, en el único partido que jugó para Excursionistas.
Luego del retiro, se encontró frecuentemnte en problemas causados por su adicción al alcohol. A través del tiempo, Huracán fue una suerte de hogar para él, y los simpatizantes de la institución de Parque Patricios siempre lo tuvieron en su «altar» de referentes indiscutibles, junto a Herminio Masantonio, Guillermo Stábile y Antonio Mohamed. El idilio, sin embargo, se vio abruptamente interrumpido cuando, por los 16avos de final de la Copa Argentina 2011-12, Huracán y Excursionistas dirimieron el pasaje a la siguiente fase mediante una definición por penales, en la que el club de Belgrano eliminó a Huracán. Aún cuando Housemann, por ese entonces empleado de los albiverdes, siempre declaró un amor «equivalente» hacia ambas instituciones, el Loco festejó efusivamente el resultado, lo cual tuvo un fuerte impacto afectivo para los hinchas de quemeros. Fue un verdadero quemero.
Se escapaba de las concentraciones
El wing derecho de aquel recordado Huracán campeón de la mano de César Luis Menotti dejó historias por doquier en cada mata de césped sobre la que posó sus pies. Y también se las arregló para irse de fiesta en cuanta ocasión pudo. Hasta tal punto que tenía un directivo del club asignado para que lo persiguiera cuando se escapaba de las concentraciones. De todos modos, René se encargó de dejar en claro que, cuando el talento es inherente a la persona, el estilo de vida no tiene por qué opacar el excelente fútbol que disputaba. Casos como estos los hay a montones, ni hace falta que los repita ya. Si, si. Ya sé que muchos dirán lo buenos que podrían haber sido todos esos si se hubiesen cuidado un poco más. Pero no lo hicieron, es que eran personas de carne y hueso, al fin y al cabo. ¿Y si, justamente, sus excesos extradeportivos eran una influencia decisiva para lo que hacían dentro del rectángulo de juego?

Houseman vistiendo la camiseta de la selección Yatasto

Houseman vistiendo la camiseta de la selección Yatasto

Yatasto les comparte la famosa anécdota de este verdadero crack:

«- ¿Es verdad que jugaba mejor borracho?
– No. Nada que ver. Una sola vez jugué borracho.
En 1976, jugando para el “Globo” de Parque Patricios, se fue de la concentración porque era el cumpleaños de su hijo Diego. Cumplía un año y él quería estar presente. De Santis, que era dirigente del club, era el encargado de ir a buscarlo siempre que se escapaba. No obstante, esa vez no hizo falta, por que el “Hueso” (otro de los apodos de René) volvió solo. Llegó más o menos a las 11 de la mañana del día siguiente, totalmente borracho. Con una “curda barbara”, como él mismo dice. Cuatro horas después, tenía que jugar un partido contra River Plate. Durmió nada más que una hora. Con varias duchas de agua fría intentaron recuperarlo entre varios compañeros. Mientras tanto, los dirigentes discutían. Unos estaban convencidos de que debía jugar. Otros se oponían firmemente. El que tuvo la responsabilidad de decidir fue el Director Técnico, José Vigo. Entonces fue a verlo y le preguntó si se sentía bien y si tenía ganas de jugar. El “loco” le contestó: «Por supuesto. Yo juego hasta en una pierna». Finalmente entró, hizo un gol y luego pidió el cambio. «Está buena esta fórmula… cuando me marcan pongo “en pedo” a los contrarios», declaró alguna vez.»