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San Lorenzo empató con Velez y salió Campeón

Yatasto

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San Lorenzo salió campeón. «Torriiiiiiiii, Torriiiiiiii”. A lo lejos se escucha venir, como el repiqueteo de una estampida que va a arrasar con todo lo que cruce su camino. No es así: la manada se detiene a ritmo acompasado en un meollo, casi magnético. Ahí donde tiene que terminar todo. Donde todo empezó, también. San Juan y Boedo antiguo. San Juan y Boedo contemporáneos. Ahí se juntan todos. Y el “Torriiiiii, Torriiiii” ya retumba y sale en cuatro direcciones desde el corazón del barrio. San Lorenzo salió campeón, eso es lo que pasa. Y la gente enloquece cuando ese descapotable llega allí, cuando ese descapotable y toda la peregrinación que lo subraya de la cabeza llegan. Miles de cuervos los estaban esperando. Familias enteras, cuervitos, cuervitas, cuervos de cubiertas nevadas, esos que tanto vermú tienen encima en esos cafetines que ahora estallan de azulgrana.

“Torriiiiii, Torriiiiii”. No hace falta adivinar: Torrico es Dios. Y es la primera ovación de la cuervada, acaso evocando a ese nuevo manosanta del minuto 44’ en el ya lejano Oeste de Liniers. Y sigue “olé olé olé, Pipi, Pipi” cuando se asoma el capitán de la final, un clásico de todos los tiempos, el Muchacha (ojos de papel)  del cancionero sanlorencista. Y al toque, un hit inédito: “Vení, vení / cantá conmigo / que un amigo vas a encontrar / que de la mano / de Juan Antonio / todos la vuelta vamos a dar”. Juan Antonio es Pizzi y el cantito no es del todo preciso: ya están dando la vuelta. Acá. Ahora. Y los hinchas se acuerdan de Huracán (son todos los que no saltan), y deliran en paz, y hacen cola para entrar a la esquina Homero Manzi a morfar algo pero principalmente a cantar mientras morfan; y se suben a los balcones de la vieja sede recuperada, ahora súper pullmans para ver mejor a Tinelli saltando con la remera del Papa Francisco, a Correíta, Villalba, Caute y Emma Mas moviéndose para acá y para allá al frente del micro, revoleando las remeras, agitando las sombrillas; a Buffarini levantando la copa (“Buffaaaa, Buffaaaa”), custodiándola como si fuera un hijo. Y los vendedores ambulantes, de paso cañazo, aprovechan la alegría de esas ocho cuadras copadas por el cuervaje, y agotan stock de lo que sea: hasta el vendedor de alfajores de chocolate (asumimos derretidos por los 250 grados de calor), colgó el cartelito de sold out. Las banderitas del Papa, precio de amigo, a 15, 25 y 35 pe según tamaños. Todo vendido. Y arrancan los fuegos artificiales. Y sigue la fiesta. Este es el verdadero Día del Hincha. Acá está. “Porque este año desde Boedo salió el nuevo campeón”. Porque así es como los vieron volver al barrio: campeones